viernes, 9 de noviembre de 2007

Los dos silencios: el de la Eucaristía y el de la Cruz

Cuando me pongo en oración junto a la mirada de Dios en la Eucaristía me llega en gran manera el pensar en esos dos grandes silencios de Jesús: el de Jesús en el Sagrario y el de Jesús en la Cruz. Quiero, Señor, estar allí junto a la Cruz a veces y otras junto a la Eucaristía. Todas dos me llenan de esperanza y me dan una paz inmensa y en ella me regala el Señor a su misma Persona para descubrirlo Vivo y Presente en mi vida que me ayuda a ser Cristiano.

Quiero ser el discípulo de Jesús, que primero escuchó en la Palabra viva del encuentro personal con el Señor y ahora en el silencio mismo de la oración, cuando se hace posible la conversación con el Señor, me postro en su presencia tanto de la Eucaristía como de la Cruz. En la Eucaristía para adorarte y ante la Cruz para venerar ese signo de Amor para saber que el amor que me tuviste no tiene término. Y por eso quiero dejarme amar desde estos dos regalos que nos diste.

Señor, eres regalo inmenso para todo aquel que se atreva a vivir la gracia de Dios y para todo el que se atreva a orar la vida. Y mi vida, Señor, se despierta cuando en lo sencillo de la vida descubro tu presencia. Es que siempre te he encontrado en este camino de la vida y te supe amar en la Eucaristía, cuando entré en contacto con el orígen mismo de la vocación nacida de la Eucaristía. Y allí veo a mi madre orando junto a la Eucaristía a la llegada del colegio todas las tardes y orando con la amistad de ese maravilloso Jesús escondido en esa hostia. Y mi vocación germinó en el vientre de mi madre desde ese tiempo. Por eso, Señor, te adoro reverente y con humildad reconociendo tu presencia en este Sacramento. Ahí estás Tú, Señor. Me apasionas en la Eucaristía. Por eso, también es que mi madre es tan parecida a Ti, porque me reveló siempre tu rostro y ese rostro casi invisible del silencio de la Eucaristía.

Cada vez que llego al Sagrario, siento que me esperas y sigo el diálogo que había dejado antes de volver a encontrarnos. Pero sobre todo siento que me escuchas y que sabes todo lo que te vengo a contar. No en vano nos decías que “no necesitas que te digan nada de los hombres porque sabes lo que hay en lo interior de cada úno” (Jn 2, 25). Me siento conocido por Ti, pero, sobre todo, amado por Ti. Es por eso que nuestro diálogos son tan sencillos porque consiste unicamente en ponerme junto a Ti y dejar que me insinúes lo que sabes es mejor para mi vida. Y no queda duda que en ese silencio profundo de la Eucaristía me hablas y te entiendo. Es que el silencio interior hacer posible nuestra conversación con el Señor.

Es un silencio denso, pero lleno de exigencias que nos lleva a estar atento a la escucha de la Palabra que sale de la boca de Dios. Y su palabra como todo lenguaje no se agota en al palabra, sino en todo signo o gesto que sea expresión del lenguaje de la gracia que se demuestra de tantas maneras; pero no queda duda de que tu hablar en este Pan de la Vida es tan iluminador que se empíeza a entender todo sin pronunciar palabra. Y así nos dices que nos amas y que sigamos luchando por ser fieles a Ti en la vida. Que es, en definitiva, el espacio donde acontece Dios. Gracias, Amigo Jesús por pode entender la verdad de tu presencia.

Aquí seguiré viniendo a encontrarme contigo, porque me regalaste la vida y el amor para serte fiel, sigue esperándome, Señor, que volveré a visitarte y a escucharte. Siempre serás mi punto de referencia. Gracias por tu silencio, Señor. Te escucho.

Pero junto al silencio de la Eucaristía esta el silencio de la Cruz. Son muchas las horas que me he pasado escuchando tu silencio y esa última palabra en la Cruz que es tan solo silencio y eco de vida. Aunque aparentemente ya no tienes vida. Pero de Ti, nunca se puede decir que no tienes vida. Porque eres el que siempre estás Vivo. Aunque no es menos cierto que sabemos que tu muerte es signo del triunfo de la vida sobre la muerte y así sate he escuchado siempre en esa Cruz en la que te quedaste amarrado para darme la vida.

Ahora mismo me pongo junto a tu Cruz para descubrir ese Evangelio que me quieres releer a la luz de tu Cruz. Es que por estar en la Cruz y con tu silencio que se pude entender lo del mandamiento del amor. Es desde la misma Cruz que se logra entender la verdad de la obediencia porque no en vano Jesús la experimentó y fue escuchado por su actitud reverente (cfr Heb 5, 7-8) y se puede entender cada una de la enseñanzas del Evangelio porque allí se verificaron una a una todas las palabras maestras de Jesús para enseñarnos a vivir y mostrarnos el camino de la vida.

Empiezo a entender tantas cosas de mi vida que en un principio no logre entender y que se hicieron ilógicas, pero con tu ejemplo del Calvario y tu silencio nos enseña que es verdad cada una de las posibilidades que me has regalado para serte fiel. Y para lograr entender la invitación que me has ido haciendo a través de cada uno de los hechos que me has permitido vivir y detrás de los cuales estabas Tú, Señor. Es ahora que logro entender pequeñas experiencias de vida que en su momento no logré descubrir como la posibilidad que me dabas para caminar junto a Ti, llevando tu Cruz y cargandola como lo hizo el Cirineo. Mil gracias por cada una de esas oportunidadades que fueron una forma de bendecirme y de permitirme acompañarte en el camino de la Cruz.

Gracias, Amigo Jesús, por la cercanía en el camino y de aprender a ver que tu camino y tu ejemplo han sido necesarios para poder descubrir el servicio que me pedías en esta tu Iglesia lo mismo que a cada uno de mis hermanos y hermanas de camino. Habla, Señor que te queremos escuchar y se va convirtiendo tu silencio en un eco inmenso que me permite mirar toda la historia y cubrirla. Por eso en este tiempo de camino a la Pascua nos queremos dejar enseñar desde tu silencio en la Cruz.

Tu silencio suena a amor; a perdón; a servicio; a adoración y oración; a vigilancia y a dar lo mejor de nosotros mismos gratuitamentes sin esperar nada a cambio, únicmaente hacerlo con alegría y con paz; tu silencio suena a Alguien que toca la puerta de nuestro corazón y que abre desde dentro, porque el corazón abre desde dentro. Ese silencio en la Cruz nos dice tanto como la mirada que le diste a Pedro (Lc 22, 61) o ese decirnos una vez mas: “conviértete y cree en el Evangelio”. Aquí sigo escuchando tu silencio y tu presencia expresiva de tu amor colgado de una Cruz. Este es el modo cómo aprendí que tantas veces nos había saboreado mi cruz en silencio. Quiero pedirle a Dios que en este momento empiece a ser fecunda.

Queremos, Señor, abrir el corazón y ponernos a la escucha en este tiempo para que nos digas que tu Cruz es un regalo para tantos momentos de la vida y eso sólo se consigue si logramos madurarla en la oración y en el silencio de la vida. Sigue hablando, Amigo Jesús, desde el silencio de tu Cruz. Te escucho, mi Señor, somos tus discípulos en el camino de la PASCUA.

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