miércoles, 25 de junio de 2008

Abrirse a la sonrisa de Dios

Leía en estos días un artículo periodístico que terminaba con esta frase sobre una persona de la que hacia memoria:”tal vez morirse no es sino abrirse a la sonrisa de Dios”. Y me tocó el alma. Y lo hice oración. Y lo conjugué con todos los tonos de mi vida y las experiencias vividas. Y tuve ganas de morirme para abrirme a la experiencia de Dios que sería algo como eso: abrirse a la sonrisa de Dios.

Pero también pensé que no se trataba de huir ni de salir de la realidad de la cotidianidad, sino de mirar para adentro y dejar que Dios empapara toda mi realidad y me diera la fuerza para hacer lo que tengo que vivir cada día con esa presencia que transforma la cotidianidad en riqueza y nos llena de esperanza. Y es que también Dios es ternura y caricia para todo lo que hacemos. Por eso no puede pasar la vida sin impregnarla de ese Dios que llena la vida de alegría y esperanza. Fue así como entendí eso de Juan de la Cruz “y todo lo dejó vestido de hermosura”. Y me pareció que lo más justo era dar lo que Dios me había dado para que todo naciera del amor y de la esperanza. Así, toda vida debe convertirse en signo de gracia para otros. Y mi vida va a tener que consistir en antojar de Dios y ha sido mi lema de trabajo de servicio en la pastoral.

Me he paseado por la vida, desde la oración y la cercanía de Jesús y he dejado que resuenen los salmos y la liturgia como expresiones de mi vida, que desde la Iglesia se convierten en realidades y me ayudan a vivir los lugares comunes por donde voy caminando. Y Dios se hizo presente en mi vida de creyente y me dio la mano en la búsqueda de la verdad y de lo concreto de ella. Dios me ha mostrado que deja huellas en todo lo que existe y que se puede encontrar allí por donde la vida nos lleva y nos conduce a ritmo de búsqueda y de encuentro. Dios es Verdad en todo lo que toco y en todo lo que se me arrima para acariciarme con la existencia de lo ordinario y de lo práctico. Me estoy dando cuenta que es importante descubrir a Dios allí donde se encuentra. Él está vivo y presente en la historia y la realidad por donde se desarrolla la vida normal. Gracias, Señor, por poderte experimentar en lo sencillo de los que viven junto a mi. Al fondo de todo está la sonrisa de Dios.

Al comenzar el invierno me parecía descubrir el calor y la fuerza que nacen de la cercanía a Jesús y el frío que se siente en su lejanía. Dios se hace presencia y amor en la andadura de la historia y se descubre en todo lo que se hace a fuerza de experiencia de Dios. Cada día me voy convenciendo que la cercanía de Dios es verdad y es posible si mantenemos un ritmo de fidelidad al Dios de la Eucaristía y la oración, que es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Entendí también que no se trataba de huir de nada sino de llenarnos de Dios para dar razón de la esperanza. Así fui viviendo la presencia de Dios como algo que nos mete en la vida y nos llena de Dios para dar a Dios a los demás. Eso me permitió leer mejor el mundo en que vivo y mirar mi vida religiosa como la posibilidad de descubrir la sobreabundancia de la riqueza de Dios y la abundancia de gratuidad y de amor en la realidad en que nos toca vivir para no correr el riesgo de verme asfixiado en la confusión de lo efímero de lo que me rodea. Dios empezó de nuevo a hablarme y a dejarse sentir en toda su abundancia y la riqueza de ser el Todo para confrontarlo con mi nada y mi pequeñez o sea vivir la riqueza inmensa de ser hijo de Dios. Saboreé hasta la saciedad la bondad y la misericordia de ese Dios que me ha significado tanto en mi búsqueda y en mi vivir a la sombra del amor de Dios. Dios sigue hablando y dejando huella en mi existir de carmelita, que no puede ser otra cosa que enamorado de un Dios que se hace regalo para luego ofrecerlo a los demás en el ministerio de la vida y de la convivencia.

Este día se está convirtiendo en la posibilidad de descubrir en mi propia vida el amor de Dios como regalo de todos los días y como posibilidad para aceptar su presencia en mi vida, para poder luego regalarlo a los demás. El amor de Dios como don inagotable, que se hace por mis manos esa posibilidad de seguir creando y de seguir mostrando la presencia de Dios en el mundo de hoy. No en vano “a la tarde me examinarán en amor”. Pero al mismo tiempo abrirme al silencio, que me permita escuchar a Dios y encontrar espacios de bendición para mí y para mis hermanos. El silencio es un lenguaje que entiende Dios y que escucha el Dios del amor y de la paz. Pienso en el silencio de Dios en la Eucaristía, en la creación y se me convierten en íntima armonía que me enamora de Él. Es como haber descubierto que se convierte en diálogo, porque consigo escucharme a mí mismo y a los demás. Es exactamente estar ante Él y su misterio al no cubrir mi realidad con las palabras. Ahora empiezo a entender aquella palabra maravillosa de Dios a su Pueblo: Escucha Israel: Shemá.

En estos días ha muerto un compañero mío de vida y de carrera y me pregunté sobre mi vida. Porque todavía yo la tengo. Y me hice preguntas que me invitan a vivir y a responsabilizarme de todo lo que hago y vivo. Y me han permitido el vivir en el noviciado de una de nuestras regiones viviendo el amor primero, o mejor todavía, entrando en contacto con eso que fue los orígenes de mi vocación y que se ha renovado tantas veces en el transcurso de mi vida. Y Dios siempre ha sido novedad en mi vivir de cristiano, de sacerdote y religioso. Y de nuevo agradecía al Señor el don de la vocación a la vida religiosa, pero sobre todo en este Carmelo que enamora y entusiasma para recrear lo que me toca vivir y entrar en contacto con la realidad de todos los días descubriendo su presencia. Porque Dios está ahí, y comprendo lo del cielo que se vive desde acá.

Hoy más que nunca desde el ritmo vital oracional y con la mirada puesta en el horizonte de mi vida que no puede ser otro que Dios, quiero poner la vista en la tarea de la Iglesia, en donde el carisma del Carmelo me regala la alegría de vivir enamorado del plan de Dios para cada uno de nosotros y me quiero dejar inhundar de la sonrisa de Dios para vivir gozosamente mi día y hacer que los otros puedan disfrutar del amor y la paz que da el conocer y caminar a ritmo de amor y de silencio para que Dios actúen en nuestras vidas. El Dios del amor y de la gracia que nos muestra la alegría de ser hijos de Dios.

Quiero entregarte lo que tengo y lo que soy para servicio de los hermanos en el lugar donde me pongas para amar y servir a los hermanos. Quiero descubrir tu voluntad para caminar en tu presencia y mostrar que estás vivo y presente en la historia que me ha tocado vivir y construir a ritmo de tu Palabra. Quiero seguir escuchando tu voz y decir sin palabras que eres el que nos amó y nos dio la vida. Quiero volver a mirarte para abrirme a tu eterna sonrisa de amor. Gracias por todo, Señor

lunes, 23 de junio de 2008

Sueños

Duerme un niño en su litera,
ve a una reina cual el sol
Su tensa carita de ébano,
el fresco lino quebró.

Duerme un príncipe en su alcoba,
mientras en sueños encuentra
a una reina en brocado
con piel de nácar y seda.

Ambos se ven en sus sueños,
y en un monte muy florido,
se relatan sus encuentros
al mismo tiempo ocurridos.

-Yo ví a una mujer muy bella
con un niño entre sus brazos,
que me obsequió un pectoral
con su retrato estampado.

-Vi a una madre amorosa,
dice el niño amorenado,
que me obsequió un delantal
color tierra, de trabajo.

-Su rostro era igual al mío
-aclara muy alborozado-,
más el príncipe muy pálido,
la vió tal cual su retrato.

-Esta dama de los cielos
es mi Madre y la que amo,
y también es tuya niño,
morenito, flor del campo.

Dijo el príncipe al pequeño
cada vez más asombrado,
-Me pidió fe en su Hijo
y nobleza en mi trabajo.

Habló el niño color cobre
-Una tarea me ha dado:
que sea pastor y lleve
a muchas gentes su abrazo.

-Pero mi padre no sabe
más que cultivar un campo.
No me enseñó a ser pastor
y carezco de cayado.

El príncipe mostró al niño,
entre alegre y consternado
que debía ser pastor
de ovejas que son humanos.

-Te obsequió su delantal
como sayo de trabajo.
-Es que yo tengo muy poco:
algo de amor y dos manos.
-No hay mejores instrumentos.
Y tienes su Escapulario.

María Jorgelina Robasti

miércoles, 4 de junio de 2008

Señor de mis días

Señor de mis días
que siembras anocheceres en mi alma,
no apagues tu susurro
en la inmensidad del alba.

Señor de las horas quietas
que agitas las aguas profundas,
extiéndeme tu mano
para alcanzar la esperanza.

Señor habitante del silencio
que pueblas todos los lenguajes,
abrázame hecho eco
de mis interrogantes.

Señor de la Vida
que te hiciste cruz para mis pasos,
sé cálida melodía infinita
que abrigue mi descanso.

María Inés Santacruz