fco. javier jaramillo
j. ocd
Aquí estoy, con la misma ilusión con que llegué. Muchas cosas se han desvanecido y han
empezado a florecer otras distintas, pero me queda todavía una cosa clara: que venía enviado. Que no me vine porque quise, sino porque la Provincia me pidió hacer
una misión. Ahora recuerdo lo
feliz que estaba en mi comunidad de santa Teresita de Bogotá y digo que Dios me
dio la fuerza y la alegría de desprenderme de mis hermanos con los que estaba
haciendo un camino y abrirme a lo nuevo. No importa que sea el resto de Israel,
que no quede sino yo. Lo cierto es, que
he procurado dejar en alto el nombre de la Provincia y aunque muchas veces veo que allá se
perdió la memoria de este servicio, sigue siendo un ala de nuestra comunidad de
Colombia. Es un servicio que la
Provincia presta a la Orden.
No puedo negar que me ha impresionado cuando han ido cayendo
tantos de mis hermanos y compañeros de camino; digo cayendo, cuando es que han
ido caminando hacia lo definitivo de Dios y han celebrado su Pascua, los de mis
cursos y que han sido mis compañeros o con los que he trabajado y ya están con
Dios, cosa que me habla que Dios puede estar también cerca para mi. Estoy hablando de la cercanía de pasar a la
otra orilla. Y esto me hace vivir con
inmensa alegría descubriendo a Dios en lo provisional de la vida. Ya que de verdad está tan cerca que casi lo
podemos experimentar en todos los momentos de la vida y se hace palpable en lo
que va llegando. A veces lo
experimentamos en el dolor de la experiencia, permítaseme la redundancia, que
sólo la oración y la cercanía de este Dios que nos ama nos permite superara
ciertas pequeñeces de la vida fraterna para seguir descubriendo todos los días
que sólo
Dios basta. De esta manera cuando la Orden me recuerda la Pascua de mis hermanos o de
tantos que conocí a mi paso por las Provincias como Visitador y los voy
desgranando en la oración de la
Eucaristía
Hubiera querido que en este momento tuviéramos un
florecimiento vocacional, pero sigo esperando el momento y la hora de Dios para
nosotros, como Orden, en Argentina. Pero
estoy seguro que llegara ese día. No
importa que como a Moisés, no nos toque verlo, pero lo oro y desde ahora tengo
la seguridad que Dios está esperando el momento oportuno. Porque en siete años es un tiempo suficiente
para poder ver algo de la cosecha. Y yo,
fuera de lo que hace Dios y ha hecho en esta comunidad, no tengo nada para
presentar. Y en este tiempo he dejado un
trozo grande de mi vida al servicio de la Iglesia, que amo como siempre y he enseñado a
amar a mis discípulos. También he ido
descubriendo que vivo con los límites de la decadencia pero con tanta alegría
que se me olvidan tantos limites nacidos de mis años y mi desgaste físico. Pero de lo que estoy seguro es que llegarán
porque las vocaciones son del Señor y no son obra nuestra
Lo que sí me ha dado Dios es una paz interior y una alegría
que me hacen olvidar mis límites y me ayudan cada día a enamorarme de lo que
hago y vivo. Siento tan cercanos a los
míos y entiendo por ellos a los de la familia y a los de mi comunidad, es por
eso que nunca me he sentido ni sólo ni abandonado, siempre me ha cobijado la
comunidad en la que vivo. He vivido
momentos de mucha fuerza y presencia y otros en los que tal vez quisiera no
haberlos pasado. Pero la vida está hecha
de contrastes, pero siempre en el fondo está la alegría y la felicidad, junto
con la paz y el amor para dar. He
repetido muchas veces una frase que es vida de mi vida: “a mí no me han mandado a sufrir
en este lugar, sino que me han mandado a ser feliz”. Puedo decir que soy feliz como lo he sido en
cada conventualidad que me han dado.
Ahora miro todo desde arriba y veo que Dios ha sido grande en todo lo
que me ha regalado vivir. Hace apenas
unos días hizo 50 años de mi profesión solemne y tengo que decir que cuando
miro para abajo debo decir que he sido muy feliz y me he realizado en todas las
conventualidades que he tenido hasta ahora y debo añadir que me he gastado
todo. Que no me he economizado para
nada. Que he entregado todo mi ser y mi
vida al lugar e Iglesia donde me ha tocado vivir.
Le quiero dar gracias a Dios por todo y de manera especial
por los hermanos que me ha dado para vivir, pero como todo en la vida el
compartir con algunos en especial, me ha
hecho un hombre realizado. Hoy yo le
quisiera decir a tantos jóvenes que vale la pena vivir este estilo de
vida. Así lo he dicho muchas veces en la
predicación con toda la fuerza que he
tenido y a mi comunidad congregada alrededor del Altar. Y sé que algunos que lo han escuchado se lo
han planteado.
Son muchos los momentos que he pasado en esta comunidad en
los que he celebrado algunas efemérides significativas de mi vida, como fueron
los 50 años de mi primera profesión, los 70 años y algunas de mis enfermedades
que se manifestaron y me llenaron mas de cercanía y amor de Dios y los hermanos
que dejaron en mí huellas de cariño y esperanza. Son tantos los que con su
silencio y su presencia me acompañan en esta ”aventura divina”, como diría Teresa. También he
tenido la oportunidad de acompañar a muchos en sus momentos bellos y lindos,
como son los de los bautismos. Matrimonio y fechas significativas para sus
vidas, e incluso la de celebrar con ellos el momento más solemne de la vida que
es la muerte y en tantas situaciones de dolor.
Es por eso que he dejado mi vida casi sin darme cuenta, pero me la he
gastado toda sin ahorrarme para nada.
No es que las fechas sean más significativas ni que haya
situaciones que cobran importancia por su fecha o por redondear números. Pero sí es importante saber que se ha
intentado acertar con lo mejor en el camino de la vida y mostrando la fe y los
valores humanos en lo que se vive cotidianamente. Y eso es lo que quiero celebrar en este día,
en el que quiero darle gracias a Dios por el camino nuevo que se me abrió,
cuando creía que ya no tenía nada nuevo que vivir sino empezar a recoger velas
para preparar ese tan gran encuentro con el Señor.
Quiero darle gracias, primero a Dios por la oportunidad que
me ha regalado de vivir esta experiencia de Iglesia, luego a la Provincia colombiana que
me la ofreció como camino a vivir y a hacer y a esta casa que me recibió, donde
he vivido todo este tiempo de gracia y bendición.. Simplemente quiero decirles a todos: GRACIAS. Porque la fuerza, en definitiva y el sentido
de tantas realidades ha nacido del encuentro con Dios y con las personas con
las que he tenido la oportunidad de compartir.
Finalmente quisiera decir que la fuerza y el sentido de todo
esto está en el Señor, que vivo y presente nos hace capaces de caminar por la
vida con esperanza y sembrando lo que Pablo VI llamaba “la civilización del
amor”. Que nuestra vida sea un
testimonio de haberlo encontrado y experimentado vivo y presente en nuestras
vidas.
fco. javier jaramillo
j. ocd