sábado, 8 de diciembre de 2007

Hace 50 años...

Gracias, te quiero dar, Amigo Jesús, por todo el camino que has hecho conmigo en este buscarte y dejarme encontrar por Ti, mi Amigo Jesús. Tengo la certeza de que has estado siempre presente en mi vida. Son tantas las veces que me has encontrado y tantas las que me he ido huyendo de Ti. Pero siempre me has vuelto a encontrar en este correr por el camino de la vida religiosa. Pero también quiero decir que he gastado la vida toda en el servicio de la Iglesia que me apasiona desde Teresa y la Orden, que es la que me ha dado todo lo que soy y tengo. Tengo que decir que me enamoré del Señor con todo lo que soy y la fuerza la recibí del mismo Señor. He experimentado en todo momento la infinita misericordia de Dios.

Hace muchos años, cuando quise definir al Carmelita Teresiano dije que: “es un hombre de Dios, que vive su consagración bautismal en el seguimiento de Jesucristo, por medio de unos votos, en un estilo sencillo de vida, aprendido de Teresa y Juan. A imitación de María y al servicio de la Iglesia. Y cuando lo hice, simplemente leía mi vida y la ponía al servicio de toda la Orden. Y allí nació todo ese plan de formación que tiene la Orden en este momento. Y es cierto que me he encontrado con todo lo que me apasiona el ser ‘hombre de hoy’ y vivir con pasión la realidad de ser un hombre del tiempo del nuevo milenio, pero cuando empezaba no intuía siquiera lo que el este tiempo nuevo nos regala. Además me tocó vivir en el filo de las dos experiencias. Todo lo antiguo, más cercano a los tiempos de Teresa y el pasado y lo de hoy, brotado del Vaticano II en el que nos ha puesto de cara a toda la novedad de la vida. Me tocó vivir a filo de la historia cuando me ordené presbítero al terminar el Vaticano II, que nos puso a vivir en la otra orilla de la postmodernidad. Y fue una bendición haber experimentado las dos orillas de la historia de los últimos tiempos y luego ponerme a actualizarme en el vivir de hoy para tener una palabra de luz para los hombres de nuestro tiempo. Todo esto me dio la posibilidad de poder pasar de la ascesis monástica a la ascesis de la vida, cuando pude experimentar cada momento y cada dificultad como algo que purificaba y sanaba, pero al mismo tiempo me ayudaba a vivir la fraternidad con agilidad y sin complicaciones de modo que puedo afirmar que he tenido la oportunidad de vivir con religiosos muy santos y santos de verdad. Pero ¡qué difícil es vivir con los santos! Y al mismo tiempo convertirlo en posibilidad de crecimiento y sin angustias seguir adelante con la alegría que invita la vida consagrada.

Por eso soy testigo de que el Carmelo tiene esa conexión con el pasado y soy testigo también de esa capacidad de renovación que tiene la Orden. Viví todo lo anterior y soy testigo de todo lo nuevo de la Iglesia de este tiempo. La Orden y la Provincia me dió la oportunidad de vivir casi todos los servicios que tiene el horizonte del Carmelo en esta vocación. He vivido la riqueza de ser formador, ser párroco y pastor de comunidades preciosas y al mismo tiempo he tenido la oportunidad de prestar todos los servicios de la Provincia, que es rica en posibilidades humanas. Tuve la fortuna de vivir la posibilidad de estar en Roma después de haber entregado los primeros años de mi ministerio y allí entrar en contacto con la universalidad de la Iglesia y de la Orden de modo que me dejar la miopía de nuestros pequeños límites provinciales y descubrir la universalidad del carisma y de la Orden. Se me abrieron nuevos campos y una visión más universal del carisma y de las posibilidades para decirles a todos en todos los ambientes que el Carmelo tiene palabras de vida para el hombre de hoy. Luego al regresar a hacer el camino paso a paso de la renovación al precio de todos nosotros que nos condicionábamos por todo lo vivido anteriormente y mirar con anchura las posibilidades que se nos ofrecían tuve la oportunidad de correr riesgos de cierta envergadura en un nuevo estilo de vida y abriendo caminos a los que vienen detrás de nosotros los que tuvimos la oportunidad de experimentarlos se convirtió en servicio a la formación comenzando dos veces la etapa de noviciado.

Tuve la oportunidad de servir en Parroquia con la posibilidad de crear novedades de pastoral y de información para la experiencia cristiana del Pueblo de Dios. Y en los diversos lugares pude identificarme con la realidad de la Iglesia unida a la Orden. Y pude abrir campos a la espiritualidad en todos los momentos: esas semanas logradas de espiritualidad en los años de santa Teresita, eso lugares de reflexión de la espiritualidad como en Cali, esos eventos juveniles como los festivales de la canción que quedaron en la mente de tantos.

Tuve la oportunidad de predicar retiros al clero de tantos lugares, que me ayudo a amar la opción por los sacerdotes y convertirme a su servicio; a las Carmelitas Descalzas, a nuestras comunidades de Ecuador y Perú, a tantos laicos y a los Carmelos seglares de Colombia, pude también predicar con toda mi alegría las fiestas del Carmen de Sonsón, Leyva, Cali, Manrique, Tumaco, Cúcuta, santa Teresita de Bogotá en varias veces en todas estas. He vivido la experiencia de ser confesor ordinario desde mi misma ordenación sacerdotal de las Carmelitas Descalzas, siendo las primeras las de El Poblado, ahora en Girardota y me ha servido para confrontar mi búsqueda de Dios y mi oración en el estilo teresiano. Y luego en todas las comunidades donde estuve presente incluyendo Roma.

La Provincia me brindó la oportunidad de trabajar en la Iglesia a nivel de SPEC Y CELAM. Todo ello me maduró para vivir a plenitud mi sacerdocio y con la fuerza y la alegría de expresarlo con toda la novedad. Después de 42 años me parece que estoy estrenando sacerdocio. He podido gastar toda mi vida al servicio de la Iglesia y de la Orden. Pude trabajar con alegría en casi todas las etapas de la formación y servir a mi Provincia en todos los niveles e igualmente a la Orden. Todo ello me dejo horizontes amplios para mirar la historia y la vida de los hombres.

Finalmente en esta etapa tan avanzada de mi experiencia religiosa me permitió servir a la Argentina en este servicio que presto actualmente y donde quiero dar lo mejor de mi mismo. En todo este quehacer he sido feliz dando lo que Dios me regaló para dar en todo momento para que otros conocieran y amaran a ese Dios que me enamoró.

Al mirar hacia adentro, veo que me falta todavía ese disfrutar la experiencia de Dios en lo que hago y de tal manera que pueda mostrar el rostro de Dios a los que encuentre y a los que se arrimen a mi experiencia. Siempre en mi programa de vida me he propuesto antojar de Dios a los que lleguen a mi historia. Y mi gran pregunta es ¿en qué consiste mi oración y mi encuentro con el Señor en lo ordinario de todos los días? ¿Cuál es el Dios de mi vida cuando cada día me levanto y camino en presencia del Señor? ¿Todavía, después de cincuenta años me duele cuando no me valoran en la medida que espero ser valorado por mis hermanos? Me sigo preguntando sobre la elegancia con que he podido cargar la cruz de cada día, porque no hay vida sin cruz. Me sigo preguntando por esos silencios que en mi vida he producido cuando no supe descubrir en la Eucaristía la fuerza que estaba en ella para vivir a ritmo de Dios. Se convierte todavía en pregunta si ya he logrado hacer de mi vida un ritmo vital oracional con el que logre mostrar que la espiritualidad verdadera del Carmelo teresiano es una fusión entre oración y vida. Es por eso que quiero descubrir el lugar amable para ofrecer a la Iglesia el testimonio de la vida interior, que con lo sencillo muestra la presencia de Dios.

Quiero mirar hoy toda mi vida desde la cumbre de cincuenta años vividos y gastados en el servicio del Señor. Y por eso poder decir, después de haber derrochado en amar mi vida me puedo poner al servicio de los demás sin otra deuda con los demás que el amor y la entrega para todo lo que Dios nos puede entregar en el mundo de hoy a ritmo de alegría y esperanza. Por eso mismo me parece claro que debo pedir perdón por el tiempo perdido y no gastado en eso que vale la pena, pero también en agradecimiento al Señor por esta oportunidad que nos dio de poder entregar lo que me dio para servir y amar en este lugar de bendición.

No puedo mirar mi historia sin poner la mirada en mi madre Ángela y mi padre Alfonso que dieron la fe con la sencillez de una familia en la que se oraba, se amaba y se crecía en valores de vida. Allí aprendí a conocer a Dios y el estilo de amar y servir a otros sin dejar atrás la realidad de enamorarme de las personas y la vida. Baste recordar que fue mi madre la que me regalo las primeras obras completas de santa Teresa con dedicatoria diciente y expresiva y con estas palabras escritas por mi padre, dictadas por mi madre: “Para mi hijo Javier, como un recuerdo que ha de guiarlo en su vocación carmelitana. Su madre: Ángela”. Baste enunciar lo dicho para saber y conocer la profecía, que junto con las palabras de mi padre en mi primera misa han sido visión del futuro. Mi madre gozaba leyendo a Teresa sobre todo en Moradas.

Quiero mirar los distintos lugares en los que he tenido la oportunidad de vivir en esta comunidad. En este espacio de tiempo quiero agradecer la generosidad de los que me han regalado la identidad de carmelita teresiano, pensando en dos personas muy concretas que me regalaron la posibilidad de conocer y vivir la espiritualidad de este estilo de vida. El sólo hecho de poder mencionar a estas personas es como entrar en contacto para poder descubrir el actuar de Dios en la historia de una comunidad que se va recreando con la novedad de la Iglesia. Por eso recordar al P. Olegario Zuazúa y al Hermano Joaquín Montoya, que me enamoraron de todo este estilo de vida con su ejemplo por eso esos primeros años de Monticelo fueron una bendición en todos los sentidos para crecer en el conocimiento de la Orden y la vida del Carmelo y para poder valorar a los hermanos que me dio para el camino nuevo. Luego Villa de Leyva fue un espacio de bendición y de gracia para iniciar la experiencia orante y con identidad del Carmelo. Inolvidables esos dos años que a la sombra de la oración y la fe me fueron tallando en el sentido de la vida religiosa con identidad carmelitana. Cómo olvidar la oración que se centraba en ese pasaje de la Samaritana en el evangelio de Juan.

Luego esos cuatro años de vida simple y desaparecida pero llena de ansias de conocer y amar al Señor donde las fiestas del Carmen dejaban huellas profundas de la devoción popular de la gente de Sonsón. Son recuerdos que marcan la búsqueda de Dios y la entrega en lo sencillo de la vida. Pensando en la acogida que nos daban los campesinos cuando íbamos por esos campos dejando sudorosos en esas inmensas caminatas tantos fragores juveniles. Y luego la fundación de San Pío X, cuando con un mercado y $600 pesos emprendimos para la inauguración de la casa de Teología en Bogotá. Y fuimos felices con esos pasos primeros de esa casa con una comunidad generosa que nos acompañó. Allí fuimos testigos de pasar de unos terrenos baldíos a una urbanización floreciente de la ciudad de Bogotá. Allí viví todo ese encuentro con el sacerdocio con un acompañamiento generoso de un hombre que abrió caminos a la formación y me enamoró del sacerdocio y de esas opciones: Enrique Uribe J.

No acabo de darle gracias a Dios por el ministerio sacerdotal que me regalo para gloria de su nombre y servicio de la Iglesia. Y allí comenzó mi ministerio al servicio de la formación en Monticelo. Inolvidables esos años iniciales de ser sacerdote enamorado del Dios que nos hace capaces de transformar de mundo. En cada lugar dejé todo lo mejor de mi mismo ya asumí la novedad del Vaticanos II que me desafiaba a ser creativo. Y de allí ese encuentro con la Parroquia de santa Teresita y mi posibilidad de estudiar en Roma.

Mi regreso a Monticelo y el momento de la Orden de volver a empezar el camino de la renovación para decir palabras de luz al hombre moderno. De nuevo volver al noviciado y empezar la formación y Dios hizo lo que hizo. Años en los que entré muy dentro de mi mismo para descubrir el actuar de Dios y su novedad. Y me fui enamorando cada día de ese Dios tan humano que me hacía descubrir en el hombre la fuerza de la gracia de Dios. Recordar a ese hombre de Dios que fue el P. Veremundo también fue una bendición y hacer la experiencia de compartir con los santos de Dios, que a veces nos cuesta tanto descubrir en los hermanos que viven con nosotros.

Mi experiencia de servicio a la Iglesia en el CELAM y también con el SPEC dejaron una huella imborrable en mi vida de hombre de Iglesia. Encuentro con Dios en forma tan especial en este vibrar con la Iglesia.

Mi agradecimiento a la Provincia que me regaló la oportunidad de servirla desde la animación de la misma como responsable de ella. Allí al ritmo de los valores y límites de mis hermanos entregué lo mejor de mi mismo y después de recibir 8 jóvenes en la formación pude entregar 57 jóvenes dando razón de la esperanza. Porque Dios abrió caminos nuevos a nuestro momento vocacional. Como nunca toqué mis propios límites y pude dar lo que Dios me dio para dar. Y de este servicio pasar al centro de la Orden y vivir el desafío de gozar la experiencia de la fraternidad, cuando estrenaba comunidad cada uno de los días. Y pasar recorriendo las comunidades como un lugar para hacer la experiencia de Dios. Igualmente cuando visité las comunidades de las Carmelitas, tanto de España como América y fueron más de 270 monasterios y cada una de ella me mostró su convento como el lugar más hermoso para hacer la experiencia de Dios. Esto me sirvió para comprender la posibilidad de hacer la experiencia de Dios allí donde Dios nos colocó.

Viví momentos fuertes de gracia y de amor y también de cruz pero siempre me pude encontrar con Dios. Y en cada rincón dejé mi búsqueda de Dios. No puedo olvidar lo que supuso mi paso por el Teresianum y mi estancia en la renovación de esa comunidad y en donde puse lo que nunca me imaginé que podía dejar de amor y acogida. No conozco un día fácil, la vida siempre está marcada de cruz. Y la sabiduría ha sido no dejarme maltratar por la vida ni sentirme víctima de nadie. He cargado con la elegancia que he podido las cruces que se me han atravesado en la cotidianidad. He visto el paso de Dios por mi historia en esta realidad continua de vivir en su presencia.

Cuando Dios acontece en la vida es posible en todo momento descubrir el paso de Dios por nuestras búsquedas. Él siempre ha estado presente en ella. Quisiera contarles a todos que he sido feliz en mis cincuenta años de vida religiosa y mis 42 de sacerdocio y que no tengo palabras para agradecer al Señor mi vida y mi camino de consagrado. Es el momento de invitar a tantos que conocen mi vida que vale la pena ser sacerdote y ser un consagrado en el Carmelo. El Carmelo es un lugar privilegiado para caminar en todo momento en la presencia de Dios. Es todo tan sencillo y tan concreto que se puede vivir la experiencia de Dios con inmensa alegría y abierto a todo el mundo. En el Carmelo se puede entender la cercanía que existe en lo que Dios regala en cada momento y lo que somos y vivimos en el hoy de la historia. Dios es posible en la realidad humana.

A todos los que me han acompañado en todo este tiempo mi agradecimiento sincero y de modo particular a las Carmelitas Descalzas que me han dado todo su apoyo desde la oración y contemplación, fuera de las palabras y los gestos con los que me han dado lo mejor de su cercanía a Dios.

Hoy quisiera poner ante la vista de Dios mi deseo de entregarle lo mejor de mi mismo en todo momento y agradezco su cercanía desde la Eucaristía y la oración para caminar en su presencia. Han sido muchos mis momentos en que no tuve otro apoyo que la presencia de Dios en la oración y la Eucaristía. Allí dejé tantas angustias y soledades, que no se llenaron sino con el mismo Dios. Pero al mismo tiempo dejé en el silencio que hace posible la conversación con el Señor mi alegría que produjo paz para permanecer en el Señor y lograr hacer de la vida un ritmo vital oracional.