viernes, 9 de noviembre de 2007

Oración a las llagas de Cristo

Después de recorrer el camino de la Cruz nos encontramos con la contemplación de la misma persona de Cristo en el silencio profundo de la Cruz y como un Evangelio, que se abre a manera de libro. Por eso “ponemos los ojos en el que traspasaron” y en una actitud de fe y amor nos dejamos amar por el Señor.

Gracias, Señor y Amigo Jesús, que acabas de regalarnos tu vida para que recobremos la esperanza en la vida nueva. Te hemos visto hacer todo el camino de la Cruz y hemos reflexionado sobre cada uno de esos pasos que diste, a ritmo de entrega, para que cada uno de nosotros aprendamos a dejarnos redimir por el amor. Contigo recibimos la Cruz y nos pusimos en camino; contigo nos caímos con cada una de tus caídas y con la verónica te limpiamos el rostro; incluso te ayudamos a llevar la cruz con el cirineo y con María nos encontramos todos en el dolor de ese camino, que es el camino de cada día de todos nosotros. Lo que no podemos decirte con tanta claridad es que nos dejamos clavar en la Cruz y menos aún entregamos toda nuestra vida a tu estilo.

Pero al recorrer el camino de la Cruz con Jesús nos hemos ido identificando con el Maestro y hemos ido haciendo el discipulado del camino de todos los días en el vivir lo que nos toca y descubrir que Dios acontece en nuestras vidas. Y nos vamos sintiendo un poco más discípulos tuyos, Señor. Porque es el camino de la vida el que nos permite identificarnos con tu camino. O tal vez sería más preciso decir que es nuestro camino el que se ilumina cuando nos ponemos a tu ritmo.

Quiero, Señor y amigo crucificado, desde tu silencio, considerar cada una de tus llagas y descubrir todo el sentido que tienen para mi vida y la luz que me da el descubrir el ritmo amoroso de quien se ha identificado con cada una de las experiencias de la humanidad. Por eso no existe ningún dolor que no se pueda iluminar, ni ninguna experiencia negativa que no nos logre regalar algo que ayude a crecer en nuestra experiencia de hombres redimidos por esa Cruz redentora. Pero no nos queremos quedar en la Cruz sino en la Persona divina de Cristo que es la imagen misma de la imagen de cada uno de nosotros y en las situaciones más extremas que debamos vivir y afrontar.

En este primer momento quiero fijar mi mirada en la llaga del pie izquierdo y desde ella iluminar el camino de nuestra vida. Ya te dejaste clavar en la cruz para buscarnos más y lo que parecía imposible se convirtió en búsqueda. Ese quedarte clavado en la Cruz. Y es por eso mismo que nosotros seguimos caminando y encontrándote continuamente en el camino de la vida porque aún cuando queremos huir de tu presencia nos encontramos contigo porque siempre estas allí donde nosotros queremos alejarnos de Ti. Son esos caminos que hacemos hacia la realidad de lo negativo de la vida. O tal vez más de una de esas experiencias que hemos vivido, sin sentido, pero aceptadas de nuestros pecados que se sienten redimidas por ese silencio tuyo y esa pasividad de dejarte clavar en la cruz, mostrándonos que tantos pasos mal dados se pueden llenar de esperanza si los que vamos detrás de Ti, Señor nos dejamos redimir por tu amor y por tus llagas benditas. Sí. Te quiero dar las gracias por ese clavo que te dejó fijo en la Cruz para salvar realidades de nuestras vidas que pensábamos no tenían sentido.

Ahora quiero agradecerte, Señor Crucificado, la llaga del pie derecho por todo lo que yo no he sabido caminar para buscarte y por no saberte encontrar en tantos de los más cercanos que son tus hijos y mis hermanos. Yo en vez de caminar hacia ellos me dirigí a la otra parte, pensando que era mejor buscar el placer y lo que me gustaba, antes que descubrirte en mis hermanos necesitados de amor y servicio en la lucha y el dolor. Aquí te quiero presentar, Señor, mis flojeras y mis egoísmos cuando no caminé por el sendero del bien y de la verdad, en donde siempre te puedo encontrar. Y sobre todo, donde me esperabas dando lo mejor de mi mismo y haciendo el bien. Gracias, Señor porque con esa llaga de tu pie derecho me abres de nuevo el camino para no quedarme en el mal. Quiero besar ese pie que caminó hasta llevarme a encontrar el perdón, y permitió sanarme para levantarme a mí y a tantos para que nos quedáramos atados a esa pobre experiencia del pecado. Quiero darte gracias, mi Señor Jesús, por la paciencia y bendición que derramas sobre mi vida cuando amarrado en la Cruz por esos clavos dejas que tu pie me siga buscando sigilosamente en espera de una respuesta definitiva de seguirte. Y no a medias sino como lo pides Tú mismo en esa Cruz. Llaga del pie derecho bendice los caminos de la vida que debemos recorrer.

Con un profundo respeto pongo mi mirada en este momento en tus manos al levantar la mirada a esa Cruz que de modo horizontal redime continuamente y cada día todo aquello que no es de tu agrado y nos pone en camino de la verdad. Y allí me encuentro con tu mano , y el signo de su amor en esa llaga. Por eso te adoro llaga de la mano izquierda de mi Señor. Así te pido me des el valor para desprenderme de tantas cosas que me tienen todavía atado a lo que no te agrada y a no vivir a cabalidad el proyecto de vida que me insinúas debo realizar en lo de cada día para vivir tu voluntad y acertar con lo que quieres. Te entrego todo lo que con mi mano izquierda no he sabido hacer para que te amen los demás, cuando tuve la oportunidad de dar y de darme a los que se acercaban a mi vida en busca de lo que me diste para darles a ellos desde tu amor y misericordia. Y por las veces que no supe callar para que se conociera tu obra en la vida de mis hermanos, desapareciendo lo que yo hacía en bien de ellos. Líbrame, amigo Jesús, de todo lo que no sea para el bien de los demás y de mi vida.

En este momento quiero adorar la llaga de tu mano derecha y bendecirte por todo lo que me insinúa para mi vida espiritual. Son esos caminos que nos has señalado como el Maestro de nuestra vida, que permiten que lleguemos a la meta que nos has ofrecido en este momento. Quiero también darte gracias porque he visto esa mano bendecir a todos los que llegaban a Ti y los que Te salían al paso podían descubrir esa mano que los bendijo; esa mano que los llamó; esa mano que les abrió un nuevo camino; esa mano que les indicó el rumbo que debían tomar. Esa mano que tomó pan lo bendijo y se los dio multiplicado para saciar el hambre; esa mano que quiso mover en la cruz para decir a María que tenía allí a su hijo y que le quiso indicar a Juan que María era también su madre. Esa mano que tomó el pan para convertirlo en su cuerpo y el vino, para darlo a sus discípulos, convertido en su sangre. Esa mano que curó a tantos y que escribió en la tierra para defender a la pecadora. Esa mano que tantas veces pusiste sobre los niños para decir que los preferías o que sanaba a todos sin distinción de razas, culturas ni de enfermedades. Allí en la Cruz la reconozco como la mano que no quiere ser desclavada de ese lugar para decir que es bendición eterna para el que la mire. Ahora mismo me estás bendiciendo, Amigo Crucificado.

Déjame adorar la llaga del Costado. Allí nos abrió el funcionario romano lugar para todos y para tener intimidad contigo, Señor del Amor y de la Misericordia. Agradezco a aquel soldado que nos abrió el camino para entrar todos en ese corazón que nos ama y nos espera desde siempre. Te quiero mirar silencioso y con el silencio callado de tu amor hacia nosotros en el momento de tu entrega, cuando abriste de par en par tu corazón para recibirnos en cualquier estado de ánimo en que estemos y por lo mismo para consolar nuestra débil naturaleza humana. Sobre todo, te quería decir que siempre me he sentido muy amado por Ti. Y ese amor reclama amor a los demás que me rodean en todo momento. Mil gracias, mi Señor y Amigo del alma, por enseñarme sin decir nada que el amor es gratuito, que Tú nos regalaste la vida y nos acaricias en todo momento con tu amor y por lo mismo la vida la debemos vivir a ritmo de dar amor a todo el que encontremos. Pero déjame instalarme, Señor, en ese lugar que abriste para mi en tu pecho y de donde no me quiero retirar. Hoy que te he acompañado en este camino de la cruz he ido entendiendo que el amor es un ritmo que debemos poner a todo lo que hagamos. Gracias, Amigo Jesús, por esa llaga del costado, que nos hace ser como una comunidad que se reúne en torno a tu divina Persona. Sabemos que nos estás siempre esperando lleno de alegría y de amor porque tu corazón es siempre invitación a los que quieran para vivir de nuevo el Evangelio a ritmo de latido de amor.

Pero te quiero adorar, Mi Señor, también en la llaga de la Corona de espinas, que llevaste en tu cabeza. Allí, Amigo Jesús, caben tantos pensamientos y tantas realidades de nuestro entendimiento que se ha dejado cautivar por tantas otras cosas diferentes a tu Persona divina. Cuando te miro coronado de espinas pienso en tantas de aquellas cosas que nos torturan a los hombres de este tiempo y que provienen del entendimiento mal manejado y sin tenerte en cuenta a Ti, Rey de la gloria. Porque ahora entiendo más que nunca que es una verdadera corona, porque a nosotros nos torturan tantos pensamientos y deseos que nos desbordan y roban nuestra paz. Sobre todo a los que sufren de toda esa inestabilidad emocional que pierden el dominio de si y están continuamente en busca de ayuda para su psiquismo enfermizo reclamando siempre una autoestima baja que no les permite ser felices. Por eso, mi Amigo Jesús, hoy voy entendiendo que esa corona de espinas es remedio para tantos males y tantos que sufren en nuestro mundo sin encontrar consuelo ni medicina adecuada. Si te miráramos mas veces y oyéramos a Pilatos decirnos: “He aquí el hombre” y aprendamos de una vez como tenemos que mirar siempre al amor de Jesús en el acto supremo de su entrega y descubramos eso que debemos ser cada uno de nosotros.

Quiero terminar abrazando tu Cruz. Que en definitiva es mi Cruz. Y por lo mismo dar el agradecimiento a tu divina Persona por la entrega de tu vida para que tengamos vida. Mi Dios y Amigo. Simplemente te quiero decir una palabra nacida de la vida y de lo que hemos aprendido de tu amor. ¡Gracias, Jesús Amigo! Que tus llagas nos curen de todo lo que no nos deje ser felices en la vida y nos ayuden a vivir responsablemente la historia que nos entregaste en lo de cada día. Ya no te vuelvo a decir que me quites la cruz ni que me la condenes. Te la voy a agradecer cada vez que la cargue sobre mis hombros y te pueda mirar. Sólo sé que Tú olvidarás tu cruz por cargar la mía, como lo decía Teresa cuando nos enseñaba a orar. Beso reverente tu Cruz, Señor y quiero decir que al mirar tus llagas me llenaré de fortaleza para permanecer en el amor y vivir la tarea que me regalas de hacer mi camino de todos los días, lleno de esperanza.

Iglesia Viva

Con motivo de la celebración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, nuestra comunidad ha querido reunirse y presentar este trabajo como participación activa y viva. Integramos unas treinta (30) personas, que en sucesivas reuniones rotábamos en mas y menos, conforme sus posibilidades. Algunas llevaron la propuesta a sus comunidades más próximas.

Participamos empleados, profesionales, amas de casa, familias enteras, hijas e hijos, en rica comunión y con un ferviente deseo de servicio.

Debate y reunión ha enriquecido nuestra experiencia como Cristianos, así como el firme deseo de una Iglesia al servicio de todos, como hermanos, como hijos de Dios.

En el camino recorrido, apoyados en la documentación proporcionada y la riqueza de las fichas de trabajo resumimos:

  • Encontraremos la verdadera felicidad en la Santidad

  • El misionar del Cristiano debe darse en el accionar cotidiano, en los propios medios, principalmente con un testimonio de Amor y Perdón.

  • Vivir coherentemente nuestra fe, asumir toda la responsabilidad que nos cabe, en especial para con aquellos que mas nos cuesta y en particular con aquellos que dicen no creer.

  • Como actitud misionera de nuestro entorno mas cercano, “antojar de Dios” a los demás. Siempre con nuestro ejemplo, con la radicalidad que decimos creer.

  • Fortalecer y practicar la tolerancia, humildad y actitud de servicio.

  • Irradiar alegría de ser Cristiano, que se nos conozca y vea por el Amor que reflejemos.

  • Evangelizar desde la santidad, desde la Oración, la Eucaristía, la Reconciliación.

  • Participar de la Palabra, en su estudio, en su meditación. También como alimento.

  • Formarnos con una visión Cristiana en nuestros oficios, en nuestras profesiones.

  • Fomentar reuniones en nuestras comunidades, debidamente guiadas, en forma de seminarios, grupos de trabajo y formación, cursos en distintos niveles que permitan un crecimiento acorde con los tiempos y comunión en todo con nuestros pastores. De manera de hablar y vivir todos un mismo idioma y una misma santidad.

  • Requerir de nuestros pastores y para ser pastores, fomenten y estimulen nuestra participación y nuestra formación, para un misionar en todo conforme con el espíritu del conjunto.

  • Requerir de los pastores, nos guien y acompañen en nuestro encuentro con Cristo, y con Cristo en nuestros hermanos.

  • Promover y permitir la participación activa de los fieles en las labores pastorales como verdaderos protagonistas y no solo como espectadores pasivos.

  • Mayor participación en medios de comunicación masiva y utilización de recursos, acorde con los tiempos. Poner los medios de comunicación al servicio de una Nueva Evangelización.

  • Hacemos hincapié en la formación permanente de religiosos, sacerdotes y laicos. Un seguimiento que permita criterios homogeneos y un mensaje coherente en nuestras vidas, privadas y públicas, como una sola entidad.

  • Hacemos nuestra, la idea de una formación inicial básica, en encuentros comunitarios, retiros espirituales, participación activa en los sacramentos, ejercicios dinámicos de misión. Rereunir a los grupos e ir fortaleciendo la formación con guias adecuados. Siempre en la busqueda de una involucración dinámica de todas las partes.

  • Profundización de la formación permanente, conforme especifica el documento de participación en su anexo 2, contenidos y metodología

Queremos resumir con nuestros pastores, que hoy, Evangelizar es “Antojar de Dios” a nuestros hermanos, “antojar y enamorar”, a cercanos y no tan cercanos. Hoy, especialmente hoy, sin acepción de personas.

“7. Como testigo del amor de Cristo, el discípulo trabaja en la sociedad para que ella acoja a todos conforme a su dignidad de hijos de Dios y los aliente a hacer fecundos los dones que de Él recibió”

Documento de Participación, Anexo 3

Destacamos la importancia de las fichas de trabajo y la vigencia de sus contenidos, y nos gustaría recomendar como herramienta de formación permanente y unificadora de criterios y caminos.

Damos gracias a Dios por esta participación.

Al comenzar el año

Quiero encontrarme contigo, con quien he hecho el camino de este año que termina y el año que comienza y así dirigirme al Señor y Amigo, que nos ha acompañado durante todo este tiempo y desde Él poner en ritmo de experiencia de Dios todo lo que vamos viviendo sin darnos casi cuenta de ello.

Antes que nada me quiero poner en la presencia y en las manos de ese Dios amoroso y ese Dios lleno de bondad, para iluminar la vida cristiana. Así que todo ello nos llena de esperanza. En esta oración me quiero crear esa posibilidad para que cada uno de nosotros se exprese delante de su Dios como un Amigo.

Aquí estamos todos como comunidad para orar como hermanos que se han conocido en el camino de la vida y quiero aprovechar la vida para decirte gracias y para abrirme a todo lo nuevo que vaya llegando y así “agradecido con todo lo que nos has regalado en el pasado, queremos vivir con pasión el presente y abrirnos al futuro”, todos juntos te queremos decir: “GRACIAS”.

Te presentaremos todas las realidades que nos toca vivir con nuestro pueblo y con todo el que vive junto a nosotros. Sabemos en algunos pueblos no habrá Nochebuena porque están en guerra. En algún hogar no habrá Nochebuena porque están divididos. En algún corazón no habrá Nochebuena porque está en pecado. Gracias, Señor porque me has hecho ministro de la paz y de la luz. No sé qué será lo que llegue en este año, pero te lo entrego desde ahora porque quiero aceptar tu voluntad en mi vida, aunque muchas de esas cosas las he creado y de ellas soy responsable.

Esta comunidad quiere vivir su fe al ritmo de la gracia y del amor que brota de tu Eucaristía. Pero quiere vivir la vida ordinaria de todos los días descubriendo la fuerza de tu amor en todo lo que sucede en la historia y quiere descubrir la luz de tu gracia en todo lo que vive. Dos elementos quiero dejar claros en este camino del año nuevo y son los que la Palabra me regala para caminar en esperanza por la vida: “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman” (Rom 8, 28). Y no menos importante el intentar acertar con lo que Dios quiere de nosotros (cf Rom 12, 1-2).

Quiero descubrirte presente en mi vida, mi Señor y Amigo para comenzar de nuevo el tramo de camino que vamos a recorrer juntos en este año y procurando ver ese modo tan especial de estar con nosotros y confiando en lo que hacer para el bien de todos nosotros y con tu estilo, aunque muchas veces he querido imponerte mi modo de actuar y de vivir y de obrar para que Tú hagas lo que yo quiero.

Te agradezco de un modo particular la realidad que me ha tocado vivir y por las cosas que he pasado para que de todo aprenda a sacar el bien. Pero de modo especial te doy las gracias por la oportunidad que me das de empezar este nuevo período de mi vida y de mi historia. Quiero vivirlo con pasión. Es decir con todo el realismo que me ofrece la cotidianidad. Esperamos que tu Palabra nos ayude a acertar con todo lo que quieres para nosotros en este año que comienza y afirmamos que nos sentimos amados por ti. Me quiero unir a todos los que caminan con nosotros en este Carmelo de santa Teresa y me abro a tu obra redentora. Te quiero encontrar en todo lo que vaya llegando a mi vida en este año.

La Reconciliación

Cuando hablamos de reconciliación o de penitencia o de confesion nos encontramos con una serie de términos que tienen diversas acepciones y en todas, ellas sentimos como que no alcanzamos a comprender Ia totalidad del regalo de Dios para nosotros en los momentos de dificultad ó de pecado.

Porque pecado es todo aquello que no me deja ser hombre. Eso qué atenta contra mi dlgnidad dé cristiano y por lo tanto de hombre. Debemos recordar que Dios nos creó para que fuéramos felices, viviéramos realizados (GS 19) porqué "desde nuestro propio nacimiento estamos llamados a la unión con Dios"

Y el origen mismo de la reconciliación nace de la eпcarnación de Jesús, que se hizo hombre para comprender y conocer la humanidad no desde fuera o por lo que le digan sino por lo que Él mismo ha experimentado. Y sobre todo porque Jesús sabe que el sentido de la cruz y su еntrеgа por nosotros fue para liberamos del pecado. Es decir que el precio del pecado fue la muerte misma de Jesús. Y por lo tanto nos encontramos con Juan 2, 27: que porque nos conoce, nos rеgаlа lа Reconciliación.

Y por lo tanto la dinámica del crecimiento que, en definitiva, es la clave misma de la vida espiritual y esta clave se ilumina con Jn 21,15: "porque tu sabes que te amo..." y se completa así con Jn 2,27: un Jesús "que sabe lo que hay en el interior de cada uno..." y el amor misericordioso que nos regala este sacramento para sanarnos y para recrear la experiencia de Dios en cualquier momento de la vida.

Este es el misterio de la misericordia divina que nos conoce, nos ama y nos perdona y por eso desde que Jesús dio la vida por nosotros estamos predestinados para la vida de la Gracia y del Cielo. Y por lo mismo nuestra experiencia no termina en el error y en el pecado, sino que siempre tiene un perdón. Es el precio de la sangre de Jesús que nos ha liberado del infierno y nos mereció el cielo.

Yo llamaría mucho la atención diciendo, que ya, yo no merezco el infierno ni he perdido el Cielo, sino que mi fe en el misterio de la Encamación y Redención me lleva a afirmar con Pablo: que "Dios nos amo y se entregó por nosotros" (Ef. 5,1) y por lo mismo no debo decir que merezco el infierno y que perdí el cielo, porquе sería negar la redепсión misma de Jesús. Es que el precio de todo ello es nada menos que la misma sangre del Hijo de Dios, que nos abrió Ias puertas del cielo y venció el poder del infierno.

Y aún en el caso de Pedro (Jn 21,15) debemos dar la respuesta inmediata suya, que a pesar de fallarte al mismo Jesús lе responde con toda naturalidad: "tú sabes que te amo" o "Tú lo sabes todo, Tu sabes que te amo".

Es el momento de descubrir en este sacramento la Misericordia Divina y la posibilidad de recопocег de que a pesar de nuestra debilidad, Dios nos puede recrear. Por lo mismo toda confesión deberia empezar por el reconocimiento de Jesús, que es nuestro Salvador, y luego por decirle con toda convicción , "Señor, Tú sabes que te amo" y luego si enunciar la raíz del pecado. No tanto una lista de pecados, sino la raíz misma del pecado que nos ayude a descubrir la dinámica de la tarea de la reconciliación que no es otra que superar lo que ha sido el pecado.

Porque el amor de Dios es más grande que nuestro mismo pecado.

Tu amigo está enfermo


“Señor Jesús, tu amigo está enfermo”
. Así te decían en algún momento de tu vida en la tierra. Hace días que nuestra comunidad del Carmelo de La Plata te está diciendo en la oración que tenemos a un amigo enfermo. Pero como los amigos de mi Amigo son mis amigos. Así sabemos que también es tu amigo, Señor y Amigo Jesús.

Tú lo sabes todo, Señor. Pero queremos de nuevo orar con toda la comunidad porque sentimos la necesidad de hablar contigo y como te lo decían las hermanas de Lázaro: “Señor, aquel a quien Tú quieres está enfermo” (Jn 11, 4). Y Aunque Tú dijiste: que esa enfermedad era para glorificar el Hijo de Dios por ella y el Evangelio afirmaba también que amabas a Marta, a su hermana y a Lázaro (cf Jn 11, 5) nosotros sabemos que somos tus amigos y te buscamos para decirte que en este momento contamos contigo para que te glorifiques en la vida y en la experiencia de nuestro amigo.

Te estamos también diciendo que aumentes nuestra fe porque somos muy débiles. Vivimos entre lo sagrado gastamos nuestra vida entre cosas buenas, mantenemos tu Palabra en nuestras bocas y en nuestras manos para anunciarla a los demás, pero a veces nos sentimos que somos débiles en la fe e incluso no nos atrevemos a pedirte para que obres con poder. Y sabemos que “una sola palabra tuya bastará para sanarlo”. Y queremos también tener la audacia de decirte con la mujer sirofenicia que llegó por detrás para tocarte el manto con la seguridad de que con solo tocarte se curaría o con la maravillosa certeza del leproso que te dijo “si quieres, puedes curarme”. Conocemos el Evangelio con certeza y sabemos que la vida se puede toda iluminar con tu Palabra, pero a veces nos quedamos cortos en confianza.

Hoy, Señor estamos aquí para decirte con certeza que puedes curar a nuestro amigo y hermano de comunidad. Pero también para decirte que este es un día ordinario de nuestra vida y que queremos vivir esta cuaresma al ritmo de lo que nos pides: intensificar la lectura de tu Palabra, intensificar nuestra oración si no en tiempo al menos en calidad y también aprender a responsabilizarnos de lo que somos: este cuerpo y lograr el señorío del mismo y por eso ayunamos y para poder dar a los demás eso que conseguimos con nuestro esfuerzo para no dar lo que nos sobra, sino lo que hemos conseguido con nuestro esfuerzo. Así sabemos que nuestra caridad es el fruto de lo que nos has dado para compartir con los demás.

También sabemos que nuestro hermanos se está uniendo a tu pasión, para vivir la pasión de su vida y de su cuerpo unido a tu experiencia como un sacrificio de expiación pero al mismo tiempo para celebrar contigo el amor que nos tuviste en la pasión.

De pronto nos quieres decir como en tu tiempo a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida” y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. Pero también nos quieres repetir lo que le dijiste a María por medio de Marta: “El Maestro está ahí y te llama”. Que sea esta una oportunidad para levantarnos con prontitud para salir a tu encuentro. Queremos estar contigo, y nos vas a oir a todos decirte a coro: “Señor Jesús, tu amigo está enfermo”.

Vuelve a orar como en aquel tiempo, después que lloraste: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado”. También nosotros sabes que nos escuchas en este momento de la vida y estamos muy seguros de tu presencia en medio de nosotros. Glorifícate, Señor, porque Tú eres el mismo de siempre.


Los dos silencios: el de la Eucaristía y el de la Cruz

Cuando me pongo en oración junto a la mirada de Dios en la Eucaristía me llega en gran manera el pensar en esos dos grandes silencios de Jesús: el de Jesús en el Sagrario y el de Jesús en la Cruz. Quiero, Señor, estar allí junto a la Cruz a veces y otras junto a la Eucaristía. Todas dos me llenan de esperanza y me dan una paz inmensa y en ella me regala el Señor a su misma Persona para descubrirlo Vivo y Presente en mi vida que me ayuda a ser Cristiano.

Quiero ser el discípulo de Jesús, que primero escuchó en la Palabra viva del encuentro personal con el Señor y ahora en el silencio mismo de la oración, cuando se hace posible la conversación con el Señor, me postro en su presencia tanto de la Eucaristía como de la Cruz. En la Eucaristía para adorarte y ante la Cruz para venerar ese signo de Amor para saber que el amor que me tuviste no tiene término. Y por eso quiero dejarme amar desde estos dos regalos que nos diste.

Señor, eres regalo inmenso para todo aquel que se atreva a vivir la gracia de Dios y para todo el que se atreva a orar la vida. Y mi vida, Señor, se despierta cuando en lo sencillo de la vida descubro tu presencia. Es que siempre te he encontrado en este camino de la vida y te supe amar en la Eucaristía, cuando entré en contacto con el orígen mismo de la vocación nacida de la Eucaristía. Y allí veo a mi madre orando junto a la Eucaristía a la llegada del colegio todas las tardes y orando con la amistad de ese maravilloso Jesús escondido en esa hostia. Y mi vocación germinó en el vientre de mi madre desde ese tiempo. Por eso, Señor, te adoro reverente y con humildad reconociendo tu presencia en este Sacramento. Ahí estás Tú, Señor. Me apasionas en la Eucaristía. Por eso, también es que mi madre es tan parecida a Ti, porque me reveló siempre tu rostro y ese rostro casi invisible del silencio de la Eucaristía.

Cada vez que llego al Sagrario, siento que me esperas y sigo el diálogo que había dejado antes de volver a encontrarnos. Pero sobre todo siento que me escuchas y que sabes todo lo que te vengo a contar. No en vano nos decías que “no necesitas que te digan nada de los hombres porque sabes lo que hay en lo interior de cada úno” (Jn 2, 25). Me siento conocido por Ti, pero, sobre todo, amado por Ti. Es por eso que nuestro diálogos son tan sencillos porque consiste unicamente en ponerme junto a Ti y dejar que me insinúes lo que sabes es mejor para mi vida. Y no queda duda que en ese silencio profundo de la Eucaristía me hablas y te entiendo. Es que el silencio interior hacer posible nuestra conversación con el Señor.

Es un silencio denso, pero lleno de exigencias que nos lleva a estar atento a la escucha de la Palabra que sale de la boca de Dios. Y su palabra como todo lenguaje no se agota en al palabra, sino en todo signo o gesto que sea expresión del lenguaje de la gracia que se demuestra de tantas maneras; pero no queda duda de que tu hablar en este Pan de la Vida es tan iluminador que se empíeza a entender todo sin pronunciar palabra. Y así nos dices que nos amas y que sigamos luchando por ser fieles a Ti en la vida. Que es, en definitiva, el espacio donde acontece Dios. Gracias, Amigo Jesús por pode entender la verdad de tu presencia.

Aquí seguiré viniendo a encontrarme contigo, porque me regalaste la vida y el amor para serte fiel, sigue esperándome, Señor, que volveré a visitarte y a escucharte. Siempre serás mi punto de referencia. Gracias por tu silencio, Señor. Te escucho.

Pero junto al silencio de la Eucaristía esta el silencio de la Cruz. Son muchas las horas que me he pasado escuchando tu silencio y esa última palabra en la Cruz que es tan solo silencio y eco de vida. Aunque aparentemente ya no tienes vida. Pero de Ti, nunca se puede decir que no tienes vida. Porque eres el que siempre estás Vivo. Aunque no es menos cierto que sabemos que tu muerte es signo del triunfo de la vida sobre la muerte y así sate he escuchado siempre en esa Cruz en la que te quedaste amarrado para darme la vida.

Ahora mismo me pongo junto a tu Cruz para descubrir ese Evangelio que me quieres releer a la luz de tu Cruz. Es que por estar en la Cruz y con tu silencio que se pude entender lo del mandamiento del amor. Es desde la misma Cruz que se logra entender la verdad de la obediencia porque no en vano Jesús la experimentó y fue escuchado por su actitud reverente (cfr Heb 5, 7-8) y se puede entender cada una de la enseñanzas del Evangelio porque allí se verificaron una a una todas las palabras maestras de Jesús para enseñarnos a vivir y mostrarnos el camino de la vida.

Empiezo a entender tantas cosas de mi vida que en un principio no logre entender y que se hicieron ilógicas, pero con tu ejemplo del Calvario y tu silencio nos enseña que es verdad cada una de las posibilidades que me has regalado para serte fiel. Y para lograr entender la invitación que me has ido haciendo a través de cada uno de los hechos que me has permitido vivir y detrás de los cuales estabas Tú, Señor. Es ahora que logro entender pequeñas experiencias de vida que en su momento no logré descubrir como la posibilidad que me dabas para caminar junto a Ti, llevando tu Cruz y cargandola como lo hizo el Cirineo. Mil gracias por cada una de esas oportunidadades que fueron una forma de bendecirme y de permitirme acompañarte en el camino de la Cruz.

Gracias, Amigo Jesús, por la cercanía en el camino y de aprender a ver que tu camino y tu ejemplo han sido necesarios para poder descubrir el servicio que me pedías en esta tu Iglesia lo mismo que a cada uno de mis hermanos y hermanas de camino. Habla, Señor que te queremos escuchar y se va convirtiendo tu silencio en un eco inmenso que me permite mirar toda la historia y cubrirla. Por eso en este tiempo de camino a la Pascua nos queremos dejar enseñar desde tu silencio en la Cruz.

Tu silencio suena a amor; a perdón; a servicio; a adoración y oración; a vigilancia y a dar lo mejor de nosotros mismos gratuitamentes sin esperar nada a cambio, únicmaente hacerlo con alegría y con paz; tu silencio suena a Alguien que toca la puerta de nuestro corazón y que abre desde dentro, porque el corazón abre desde dentro. Ese silencio en la Cruz nos dice tanto como la mirada que le diste a Pedro (Lc 22, 61) o ese decirnos una vez mas: “conviértete y cree en el Evangelio”. Aquí sigo escuchando tu silencio y tu presencia expresiva de tu amor colgado de una Cruz. Este es el modo cómo aprendí que tantas veces nos había saboreado mi cruz en silencio. Quiero pedirle a Dios que en este momento empiece a ser fecunda.

Queremos, Señor, abrir el corazón y ponernos a la escucha en este tiempo para que nos digas que tu Cruz es un regalo para tantos momentos de la vida y eso sólo se consigue si logramos madurarla en la oración y en el silencio de la vida. Sigue hablando, Amigo Jesús, desde el silencio de tu Cruz. Te escucho, mi Señor, somos tus discípulos en el camino de la PASCUA.