viernes, 13 de febrero de 2009

La Oración, Espacio de Autenticidad

fco. javier Jaramillo j. ocd

DESDE LA CONSTATACIÓN.

No existe nada tan poco convencional en la tradición, como la oración en la fe cristiana. Su originalidad florece en cada época, en cada fiel, porque la oración es la historia de la relación de un hombre siempre diverso con un Dios que siempre es contemporáneo al hombre. La oración del Señor llega a todos, como una lengua sirve a todo un pueblo, pero cada individuo se sirve de ella para expresar de modo personal su propia aventura.

El orante busca a Dios. Dios escucha y habla al orante, no a sus oraciones. Quiero partir del testimonio de una carmelita descalza, que tuve la fortuna de conocer y escuchar. Una mujer dinámica, que había animado durante diversos trienios su comunidad de Tre Madonne de Roma, que quedó reducida a una cama los últimos años (murió nonagenaria) y le tenían que ayudar en un todo por todo porque no se podía valer para nada. Al final de su vida oraba y decía “la verdadera oración se da sólo cuando nosotros no hacemos nada y Dios lo hace todo. Y esto solamente se consigue cuando se llega a vivir en la auténtica pobreza”.

Durante tanto tiempo (siglos) se ha escuchado: “Dios no nos dice nada”. Pero al mismo tiempo han existido hombres que de cara a las personas de su tiempo estaban apasionados por Dios. Los unos eran despreciados por una sociedad que se decía o pretendía ser creyente, pero que se escandaliza fácilmente; los otros son mirados con compasión por una sociedad que no cree nada o casi nada.

Hace 51 años que hago dos horas de oración y siempre la he empezado invocando al Espíritu Santo y luego le pido el don de la oración. Así le digo al Padre: “Dios, Padre bueno, que nos dijiste que donde dos o más se reúnan en tu nombre, allí en medio de ellos estás tú. Dame el tu Espíritu Santo y dame el don de la oración”. Hoy me quiero preguntar sobre la oración y el ser persona, se me ocurre que esta pregunta la quiero hacer después de tanto tiempo de colocarme delante del Señor para decirle muchas veces que le quiero dar gracias, que quiero estar frente a Él, o para decirle, que no puedo más, para decirle y contarle mi vida y dejarme iluminar por su presencia y pedir la fuerza interior que me regale la sabiduría de ser hombre y persona de mi tiempo. O mejor, para ponerle a mi vida y oración así, porque estoy convencido que no necesito siquiera decírsela ya que Él sabe todo lo mío mejor que yo. Él es más íntimo de lo que yo soy, que yo mismo.

LA AVENTURA DE LA ORACIÓN.

Tantos pasajes de nuestra vida se iluminan con distintos pasajes de la Biblia: o si se prefiere nuestro proyecto de vida, o simplemente la vida, encuentra sentido en la Palabra de Dios y cobra actualidad en ese diálogo, porque es el diálogo la forma que mejor expresa el contenido fundamental de la oración. Diálogo que significa más que una mera conversación. Diálogo que supone una presencia de dos (Dios y el hombre). Siendo la experiencia de Dios una de las expresiones más vivas de esa misma oración: el actuar de Dios, el propósito de Dios y la voluntad de Dios, que son la forma práctica para referirnos a ella.

La oración es, a su modo, una aventura, que lógicamente interesa sólo a los que vivan una experiencia de Dios. Pronto se dan cuenta de lo vital y arduo que es el camino emprendido. Y si bien buscan ayudas, no quieren tampoco distraerse con entretenimientos intelectuales o sentimientos, (ni siquiera apariencias espirituales), que se quedan en superficialidades que no adentran en la oración.

Así, cuando buscan un libro no es para leerlo como un periódico. Nos encontramos ante uno de esos casos especiales en que el lector procura buscar algo que le invite a la resistencia, que no sea pretexto que le dispense de la reflexión, sino que al contrario lo exija. Así, el texto ni se convierte en que hace que el turista tenga todo en sus manos, sin fatiga alguna, y que diga: aquí se adora, aquí se calla, aquí se debe hacer un acto de amor, aquí se puede dedicar un cuarto de hora a contemplar lo maravilloso del ‘plan de Dios’, o cosas por el estilo. Es decir que no se puede convertir en un ‘recetario’. No, aquí todo es original y creativo y te brota del diálogo con un amigo y al que tratas con toda familiaridad. Tampoco se convierte en una aventura imaginaria del autor que reemplaza una realidad difícil; y menos aún, produce algún consuelo.

Cualquier ayuda que ofrezca la lectura sobre la oración, debe animarla a buscar la soledad, sin la cual sería una ilusión querer hacer un camino hacia Dios. Y le debe llevar de continuo a aquel punto de referencia hacia la saciedad de la libertad con que se sabe que Dios te puede dar todo, pero que ello, en parte, depende de ti mismo. La oración debe entonces ofrecerse con mucha claridad, sin que esto suponga que se trate de algo siempre difícil. Y en este campo, Dios siempre es imprevisible.

Cuando se habla de oración, entonces de debe evitar la tenaz ilusión que quisiera hacer de la oración un itinerario con la propuesta de ‘métodos seguros’. No. No existen métodos que hagan que el hombre tenga seguridades para encontrar a Dios cuando y donde quisiera.
En esto es gran maestra santa Teresa, que no tiene ni ofrece métodos de oración sino una pedagogía de la oración que nos guía con la experiencia de la vida y no permite separar la vida de la oración. Como tampoco existen métodos para que logre ser ‘pobre de espíritu’, ni para aprender a soportar lo inexplicable y multiforme acción de Dios, ni para aprender a amar. Es por eso que justamente existen los caminos y eso que no muy visibles. Y son como huellas en el mar o como líneas fuerza en los campos electromagnéticos. Son caminos muy bien trazados de acuerdo a las propias leyes, cuyo trazado varía, según la función de movimientos y las variaciones de la fuente de energía, que es Dios y que nos llega según la fidelidad a la única Revelación, pero también de acuerdo a lo imprevisible de la gracia.

INVITACIÓN A HACER REALIDAD LA ORACIÓN.

Es por eso que se siente la tentación de no hablar tanto de la oración, sino de invitar a orar, dejando cada uno, que lo haga según la inspiración de la gracia (1 Jn 2, 27). Pero, por otra parte, sabemos que vivimos lo provisional; buscando lo definitivo de Dios estamos invitados todos a orar y hacer de la oración verdad de nuestras mismas vidas. Además sabemos que esto se prolongará por toda la vida. Se siente la necesidad de ser instruido y ayudado. Es una experiencia que hacemos todos. Por eso se siente también la necesidad de decir algo sobre la oración a pesar de todos los riesgos y dificultades y conociendo los límites en que nos movemos. Sobre todo, sabiendo que el único camino que debemos ofrecer, y el único método que se puede seguir es encontrar al propio camino para dialogar con el Señor. Es casi un servicio fraterno del que no se debe huir.

Se trata de dejarse encontrar por Dios. Más que de encontrarlo. Se trata de correr la aventura de hacer la experiencia de Dios. Más que hablar de Dios se trata de hablar con Dios. Casi se trataría de dejar conocer ese poco de uno mismo, de modo que Dios penetre en nuestra historia. Casi mejor, para que Él deje conocer algo de sí mismo, a través de ese poco que logramos decir de Él. Porque para los creyentes existe la manera de hablar de Dios, que es uno de los más altos y se quiere más humildes modos de escucharlo, al menos entre aquellos que hablan el mismo lenguaje y han sentido que sus oídos estaban abiertos (salmo 40, 71).

HABLEMOS DE LA ORACIÓN.

La oración va más allá de una categoría filosófica y teológica, es una experiencia de todo hombre. Nos pone en contacto con nosotros mismos (‘no llegamos jamás a conocernos, si al mismo tiempo no procuramos conocer a Dios’).[1] Nos pone en contacto con la trascendencia. Nos pone en contacto con lo real.

En un diálogo que empezó con la creación y continúa en la historia. Desde la Encarnación de Jesús toda nuestra vida está enriquecida con su presencia en la historia; ésta le da sentido a todo: lo hermoso igual que lo difícil, la lucha y el descanso, la dificultad y la paz, la salud y las enfermedades, etc.

Era esto lo que quería decir: que dese la tensión del hombre que busca a Dios, la oración es una de las experiencias que más lo centran en sí mismo. La oración ayuda al hombre y la mujer de todos los tiempos a conocerse desde él mismo y desde Jesús que le da sentido a todo. La oración lo impulsa a buscar la plenitud y a ser feliz y vivir realizado. La oración nos permite ser veraces con nosotros mismos (propio conocimiento teresiano).[2]

Confieso que he mirado tantas veces a ese JESÚS desde algunas imágenes. Casi diría que cada uno de nosotros lleva impreso en su corazón ese Jesús y esa imagen, bien sea de la Iglesia o de la casa, que nos ha regalado las primeras oraciones. Juan de la Cruz diría: “los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados” (Cántico B 12). O ese encuentro con la gracia en los sacramentos, bien sea de la Eucaristía en algunas ceremonias significativas, porque la liturgia nos ha hecho recordar tantas veces eso que no podemos expresar verbalmente. Como el mismo gregoriano o algún otro canto, todavía impreso en lo íntimo, que revive a la sombra de cualquier experiencia o de una procesión o celebración o visita a un Santuario. Estoy pensando concretamente en el Sagrado Corazón que siempre he visto en mi casa paterna, en la sala o en el comedor. Casi quiero recordar mi primera oración hecha con sencillez y aprendida de mi propia madre, cuando me mostró a Jesús y me enseñó a tirarle un beso. Creo que esa es una oración tan real como las que hago ahora con lo que sé de la teología y la práctica de toda una vida, que si la miro con realismo me llevó a reconocerlo como Alguien a Quien amar y a Quien seguir, al tiempo que me hizo amar mi historia.

Casi quisiera decir que ahora, cuando miro la vida desde arriba, es decir muy cercano al final de todo, me parece que Jesús ha tenido las mismas edades que yo he tenido y que se me ha manifestado de acuerdo a mi leal entender y saber. Teresa diría ‘volver a la oración de cuando niña’ (Cfr. V 4, 3-7).

He ido, como todos nosotros, a llevarle en la oración a Jesús todo ese acontecer de Dios en los días ordinarios y llenos de todo eso que vivimos los hombres. Muchas veces solamente es el haber vivido o querer vivir un día que se me regala, otras es simplemente el ir a compartir con el Señor los triunfos y fracasos del día que ya ha llegado a su final; pero tantas veces es sencillamente estar frente a Él sin decirle nada. Por eso cuando hablamos de oración, no es que hagamos un paréntesis en la vida, sino que iluminamos la vida misma con la presencia del Señor y la transformamos o le damos una nueva dimensión.

EN LA ESCUELA DE TERESA Y JUAN

Se necesitará poco para descubrir que la inspiración de todo ese estilo de oración ha nacido de leer con asiduidad la Palabra de Dios, que el punto de iluminación continua es siempre el Señor y Amigo Jesús. Pero no menos claro se podrá ver que la pedagogía de este estilo de oración es de sabor teresiano. No en vano ha sido la que me ha antojado de recorrer todo este camino de la vida en el Carmelo Teresiano. Con toda una fundamentación en la amistad como base para la experiencia de oración y en la que la fidelidad a esos tiempos que gratuitamente gastamos en ella, nos llevan a descubrir la acción de Dios y su Verdad en la realidad misma de nuestra vida.

Así me he preguntado, tantas veces desde mis límites, y aún mi poca fe: ¿para qué me está sirviendo este asistir a la cita programada con el Señor en esos momentos diarios de oración y del encuentro con Él? Cada día voy descubriendo que una cosa me queda clara, y es justamente ese encontrarme conmigo mismo en la Persona de Jesús. Y la sospecha de esa fuerza se convierte en estímulo para el camino de todos los días y para seguir caminando con fidelidad en esa vía empezada, ya que al fondo de todo es una promesa que se va realizando. Y allí aparece Jesús como AMIGO. De ahí que cuando hablo de Él no puedo menos que presentarlo como tal. Es decir, el AMIGO de los hombres y el AMIGO que me ayuda a perseverar en esta ruta de fe, esperanza y amor. Al fin de cuentas la oración no sirve para nada, en términos utilitarios, sino para conocer y amar más al Señor, y desde allí conocerme y amar su proyecto sobre mi vida. Además de ayudarme a acertar con lo que sigue y con lo que debo hacer. Por lo tanto se desarrolla en la experiencia de comunidad y al ritmo de la caridad fraterna.

No pocas veces he orado con la canción del alma enamorada de san Juan de la Cruz: “¡Señor, Dios amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados, para no hacer lo que tanto te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos; y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y obrámelas, y las penas que tú quisieres aceptar, y hágase. Y si a las obras mías no esperas ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?, ¿por qué te tardas? Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi cornadillo, pues le quieres, y dame ese bien, pues que tú también le quieres”. Se debe decir que en la oración, es común, entrar en sintonía con los al orantes y pedir prestada su oración para decirle al Señor y Amigo eso que no sabemos decir y que otros lo han expresado y vivido.

He hablado tanto con ese Señor de mi vida real de pecador, pero redimido, en términos parecidos he caminado por esos cuatro momentos: el de presentarme con humildad delante de ese Dios Padre con el realismo de mi historia de pecador, y le he puesto delante eso que Él bien conoce de mi vida y mi lucha por hacerlo todo desde Él. Le he presentado mis pobres obras intentado acertar y se las he entregado para que sea él mismo el que actúe y me transforme en este camino de gracia y de búsqueda de su voluntad. Y se lo he reclamado tantas veces, seguro que un Amigo como Él no está esperando mis meras obras, sino todo eso que puede hacer Él sin mi persona; o mejor ofreciéndole mi presencia y mi voluntad de acertar con lo que Él quiere. Allí le insisto que tome lo que le puedo dar, y que me dé Él mismo lo que yo no sé hacer. Pero no son pocas las que le reclamo que se vaya apoderando ya de todo lo que es suyo. En definitiva, los dos queremos lo mismo: acertar con lo que Él quiere. Él sabe de todas mis rupturas de todos los estilos: las de mi vida y las que he hecho para buscarle sólo a Él. Sabe muy bien que no estoy jugando a ser bueno, pero que Su papel en este campo es el del Protagonista. Es decir, me ha llevado a ser muy sincero y a no engañarme más de cara a todo lo que se refiere a este Dios del Amor y de la Misericordia.

LA AUTENTICIDAD Y LA IDENTIDAD DE LOS SANTOS

Mirar la oración más sincera y definitiva de los Maestros es una oportunidad de percibirlos, confrontar su vida con la experiencia de Dios y de la Iglesia de su tiempo y a su vez nos dejan percibir su trato con su prójimo y con su época. Es el mejor modo de ver lo que creen y oran.

La oración es la que lleva a Teresa de Lisieux a descubrir su lugar en la Iglesia y el sentido de toda su vida y misión. “En el corazón de mi madre la Iglesia, yo seré el amor”. Ella tenía el sentido verdadero del pecado: “no amar de verdad a Dios”. Es allí a fuerza de ponerse delante de su Jesús que ella logra descubrir la gracia preveniente y su feminidad se enfrenta con el amor de ese Jesús, sabiéndose segunda en relación con Él junto a personajes como el Publicano, Agustín, la Magdalena o algunos pecadores públicos de su tiempo y hasta incluso sentarse a la mesa de los que niegan a Dios, que era la moda de su época. Es así como Teresita en su última etapa, vive esa oración difícil de la duda y de la noche. De este modo la sorprende el momento de la muerte y la lleva a orar fuertemente: “Oh!... Je L’aime!... Mon Dieu, Je… vous aime!!!” (“Oh le amo!... ¡Dios mío… os amo!!!..”). Que era ese esfuerzo por superar sus crisis de fe y su lucha contra la increencia, en la que se une a todos los que dudan y los que viven la tentación de la falta de fe. Esa fue la oración de la autenticidad de una mujer de nuestro tiempo que nos llena de esperanza.

La oración suprema de Teresa de Ávila, desde donde quiero ver el sentido auténtico de la enseñanza de Maestra, nos habla cómo se le agolpan a su alma esos sentimientos enunciados de tantas maneras en sus escritos: evocación de sus pecados y reclamo de la misericordia divina (repitiendo el miserere) la conciencia inminente del encuentro con Cristo: “es hora de caminar”; Esposo mío, tiempo es ya que nos veamos”, pero sobre todo su conciencia eclesial: “al fin, Señor, soy hija de la Iglesia…”. Yo diría que se convierte en rúbrica de la reflexión de la oración teresiana, ese recordar su agonía, con la idea casi obsesionante de agradecimiento por su pertenencia a la Iglesia, que no deja de tener el sabor de drama íntimo. Ese “en fin”, suena a veces, me suena a mí, como si dijese en sus adentros: “después de todo, no obstante todo, a pesar de todo, “soy hija de la Iglesia”. Es alegría y es esperanza. Es clave íntima que explica su obra y su doctrina.[3]

LUGAR DE VERIFICACIÓN

“No sabemos lo que pedimos” (Mt 29, 22) y “no sabemos pedir como conviene” (Rom 8, 26). Si analizamos esta expresión del Evangelio nos deja de cara a una búsqueda de la verdad misma objetiva de los orantes. Teresa dirá: “Toda la pretensión de quien comienza oración (y no se os olvide esto, que importa mucho) ha de ser trabajar y determinarse a disponerse en cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad y conformarla a la de Dios” (2M 8). Pero el lugar estupendo para confrontar la verdad sobre nuestra oración se encuentra en el modo como somos hermanos, o como vivimos nuestra fraternidad, que se expresa en la vida práctica.

El secreto de la santidad se mueve en clave de hacer la voluntad de Dios. Pero la señal que calibra nuestro estilo de oración, no queda duda que se hace en lo concreto de la vida y en especial en: “Acá solas estas dos que nos pide el Señor: amor de su majestad y del prójimo, es lo que hemos de trabajar. Guardándolas con perfección, hacemos tu voluntad, y así estaremos unidos con Él”. (5M 3, 7)

Y añade Teresa que “la más cierta señal de guardar estas dos es la de guardar el amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo sí. Y estad ciertas que mientras más en esto os viéreis aprovechadas más lo estáis en el amor de Dios”, (5M 3, 8) Y el otro cuidado que se debe tener en la vida de oración, o que deben tener los orantes es ver “cómo vamos en las virtudes” y de modo particular si “vamos mejorando o disminuyendo en el amor de unos con otros”. (5M 4, 9) Y con esto le estamos diciendo al Señor que nos ayude a conformarnos con la voluntad de Dios.

LA ORACIÓN NOS AYUDA A CONOCERNOS

Por eso voy entendiendo cada día más la oración es el lugar preferencial para conocernos a nosotros mismos. He hecho la escuela de Teresa de Ávila, que enseña: “Tengo por mayor merced del Señor un día de propio y humilde conocimiento, aunque nos haya costado muchas aflicciones, que muchos de oración”, (F 5, 16) y añade que debemos “estar en soledad, y apartados, pensar su vida pasada, aunque esto, primeros y postreros, todos los han de hacer muchas veces” (V 11, 9); “aunque esto del conocimiento propio jamás se ha de dejar, ni hay alma en este camino tan gigante que no haya menester muchas veces tornar a ser niño… porque no hay estado de oración tan subido que muchas veces no sea necesario tornar al principio… y esto de los pecados y conocimiento propio es el pan con que todos los manjares se han de comer, por delicados que sean, en este camino de oración, y sin este pan no se podrían sustentar. Más hace de comer con tasa… (V 13, 5). Porque no queda duda que cuando se hace oración el hombre se encuentra consigo mismo. Y no se trata de un mero gastar el tiempo en un diálogo alienante con Dios. O un mero mirar para dentro. De la oración nacen tantas exigencias de vida, que en ningún otro modo de actuar, se consiguen.

La mayoría de las veces, cuando vamos a la oración llevamos la vida misma. No importa que en principio la intencionalidad sea el presentarnos delante del Dios de la vida y de la historia, lo cierto es que casi en el primer plano nos encontramos con nosotros mismos. Y desde allí empieza nuestro diálogo con el Señor. A la hora de la verdad, no es que se pueda separar la vida de la oración. O por mejor decir, nuestro primer diálogo con el Señor parte de lo que estamos viviendo. Por eso he dicho que en la dinámica teresiana de la oración, lo primero que hacemos es ponernos delante de ese Dios que es Amigo, y por lo tanto se va entablando el diálogo de amigos y de lo que se habla entre amigos. Teresa aconseja, “lo primero es santiguarnos, confesión de los pecados y luego “…no os pido mas de que le miréis” (CV 26, 1.3). Más adelante añade: “si estás alegre… si estás triste” (CV 26, 4.5) mírale en el momento de la Resurrección o en la columna o camino de la Cruz. Es decir llevar la vida y los estados de ánimo a la oración. Es que allí no se puede jugar a ser. Se habla con Dios desde lo que se tiene y desde lo que se es.

En muchas ocasiones podríamos también hablar y proponer tantos deseos que llevamos, pero distinguiendo siempre lo que ya es verdad en nosotros y lo que es un mero propósito o un mero deseo. Porque a la hora de la verdad de esto sirve la oración “de que nazcan siempre obras, obras” o “comience a no espantarse de la cruz y verá cómo se la ayuda también a llevar el Señor… porque entonces ya quiere Dios por este medio multiplicar las virtudes” (V 11, 17) y “hacer muchos actos para determinarse a hacer mucho por Dios y despertar el amor; otros para ayudar a crecer las virtudes… pedirle para sus necesidades y quejársele de sus trabajos, alegrarse con Él en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad”. (V 12, 2) Añade Teresa: “no vendrá el Rey de la gloria a nuestra alma… no lo entenderéis que es oración mental, y plegue a Dios que ésta tengamos… si no se procuran virtudes” (CV 16, 6). “La oración es adonde el Señor ilumina para entender las verdades” (F 10, 13).

Lógicamente en este encuentro oracional se percibe con toda claridad que no se trata de un encuentro a solas, sino de un encuentro a solas, sino de un encuentro en soledad con la presencia del Amigo Jesús, que nos pone en contacto o con el Padre o con Jesús o con el Espíritu, que nos hace constatar que se trata de encuentro. Y por lo mismo se trata de Dios y mi persona. Es un encuentro de persona a Persona. Y allí se saborea lo que somos los hombres y quien es Él. Allí no nos podemos engañar.
Tantas veces le he dicho al Señor en la oración del salmo 8. Me he unido a toda la creación para mirar desde allí (desde Dios y el universo) al hombre, a este pequeño hombre tanto amado por el Señor y al que se le ha entregado esta dignidad. Sí. Me he sentido muy amado y muy responsable, cuando entiendo que me ha puesto en las manos la historia. La oración cristiana no puede escaparse de la historia ni divorciarse de la vida. Así ha podido dar esa mirada contemplativa sobre el mundo para repetirle: “qué grande es tu nombre en toda la tierra”. Así me he sentido tan amado por Dios y he encontrado mi puesto en la creación con toda la responsabilidad que conlleva este descubrimiento. Es en la oración donde más se siente el peso de los pecados, tanto personales como sociales.

No dudo siquiera que es el momento más exacto para saber quién soy yo en este acontecer de mi historia concreta y en el momento que vivo. O si se prefiere quién soy yo con toda mi pequeñez. Pequeñez preñada de impotencia ante tantas realidades de la vida y de lo que tengo entre manos. Y por lo tanto, le decimos tantas veces, sin pronunciar palabra: “Señor, yo no soy nada de frente a Ti. Pero cómo eres de grande, Tú, que te acuerdas de mí”. Por eso mi pobreza se convierte en alabanza, en reconocimiento porque Dios ha hecho con mi vida también cosas grandes, me has dado tanto, que lo menos que te puedo decir con el texto hebreo es: “Me has coronado de honor y de gloria. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él y el hijo del hombre para que tengas cuidado de él”.

La mirada más profunda de la realidad y de la historia es la contemplación. Es que el hombre es un “ser que mira”. La mirada profunda contemplativa se caracteriza por una fuerza de penetración, que nos permite entrar en posesión de la realidad, en su sentido diáfano y límpido, para hacerla pasar por nuestra vida, que no es panteísmo, sino una sublimación de la realidad vivida, superando cualquier superficialidad, porque en la oración no se puede engañar el hombre, porque allí se confronta como es, delante de Dios. De ahí, que la palabra más profunda que nos arranca la contemplación es precisamente la oración.[4] “La oración sin la fe resulta ciega. La fe sin oración se disgrega” decía el entonces Card. Ratzinger en la presentación de “Orationis formas”.

Al hablar de una visión contemplativa de la historia parece suponer una experiencia contemplativa de la propia realidad, de la propia historia. Significa descubrir la vida, la realidad, como el lugar de la presencia, de la acción, de la necesidad y del mensaje del Señor. Es allí donde tengo que vivir al Señor. Es que el orante es peón de brega de la obra salvífica vivida día a día. La oración cristiana no tiene sentido fuera de las condiciones históricas que vive el creyente. Enseñar a orar, o realizar la oración, sin una conexión estrecha a la vida cotidiana, es una traición al cristianismo.

LA ORACIÓN EN EL NUEVO CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

A menudo, la teología ha olvidado la oración, reservándola a la moral o a la espiritualidad, mientras su lugar adecuado sería plenamente la Teología, que afirma que la revelación es el diálogo de la historia de a salvación entre Dios y la humanidad. Y donde Dios se manifiesta y dialoga como un amigo, supone la acogida de la amistad y de la oración como una amistad, al estilo de Teresa. Es junto al pozo donde vamos a buscar el agua en el que Cristo va al encuentro de todo ser humano, es Él el que nos busca y nos pide de beber.[5]

Nos recuerda que la oración es como un “combate espiritual” de la vida nueva del cristiano.[6] Contra nosotros y contra el tentador. Combate contra conceptos erróneos, contra las “mentalidades” de este mundo, contra los fracasos en la oración y en la vida. Nos hace vigilantes de cara a la distracción y a la sequedad. Nos hace vigilantes ante la falta de fe y la acedia espiritual. Nos lleva a descubrir esa confianza filial. Pero en el fondo lo fundamental de la oración es que nos hace capaces de perseverar en el amor. Que al fin de cuentas se expresa en “obras, obras” (M7 4, 6) o como dice Orígenes: “ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos encontrar realizable el principio de la oración continua”[7]. Lo que en términos prácticos nos hace pensar en la oración como una experiencia viva es poder confrontarnos en la oración.

Todavía más cuando seamos capaces de llegar a conseguir un ritmo de vida que nos ayude a descubrir que el camino de la vida espiritual es llevarnos a conseguir un ritmo vital oracional. De modo que no sean actos aislados de vida sino un crecer en la vida espiritual caminando en lo sencillo y ordinario de lo que hacemos a diario.

LA SORPRESA DE DIOS

Al ponernos delante de Dios, una ayuda óptima es casi siempre la misma Palabra. En ella encontramos la luz que nos abre camino para “dar razón de la esperanza” (1Pe, 3, 15), que no es otra cosa toda vida cristiana y toda experiencia humana. Pero se debe decir que lo mejor de la oración nunca lo logramos saber, porque es algo gratuito. Sabemos que oramos. No se puede saber cuál es la buena y cuál es menos buena y mucho menos cuál es la mala, eso no lo podemos nunca afirmar, ya que la oración es siempre una sorpresa de Dios para la vida del hombre. Puedo asegurar que he orado. Todo lo demás no es no es ni siquiera importante. Que asistamos con fidelidad a esta cita es definitivo. No dejar la oración y ser fieles al Señor crea la gratuidad de la amistad. Ni siquiera sabemos lo que pasa en ese tiempo que dedicamos a orar. De una cosa podemos estar ciertos, es que Dios nos tiene una sorpresa cada vez que logramos hacer este camino de encuentro con Él.

Tantas veces es el mismo Dios el que nos sale adelante en lo que vamos a buscar. Y tantas otras, ya ni vamos a buscar nada. Todo acontece allí de cara a la verdad de Dios. Él lo sabe todo. Nosotros se lo gritamos de forma diferente. Pero casi siempre cuando llegamos a la cita oracional, ya se lo hemos casi gritado. Así es como nuestros programas de vida, a veces, sufren un cambio de rumbo total, y es cuando Dios nos habla. Es todo tan original. Pero Dios va actuando en nuestro vivir y de modo insospechado. Así se verifica la búsqueda y el encuentro ordinario con Dios en el ritmo oracional de la vida. Creo que hasta que no logremos convertir en ritmo vital oracional todo el existir cristiano, nos queda sin redimir el misterio de la vida y de la verdad que llevamos dentro de nosotros mismos.

Lo que pasa en la oración no se conoce ni se sospecha nunca. Pero podemos decir que todo es tan normal y tan objetivo que la sabiduría de los orantes es reducir a lo sencillo cuanto acontece en momentos normales de la vida cristiana y en los que solamente se vive la comunidad. Porque la oración es una vibración de nuestra vida teologal. Allí todo es gratuito. Existe toda una dinámica de las virtudes teologales, que no son simplemente más que una vida tan densa que logra trascender la cruda realidad de todos los días y la acción de Dios sobre nuestro vivir cristiano. Es que no puede ser diferente de todo lo que ocurre en lo ordinario ni en lo que Dios va construyendo con lo que somos todos los días. Allí es donde Dios actúa y se manifiesta más grande.

Pero se aviva la experiencia teologal. La fe sigue siendo fe, a veces ilumina y a veces se siente tan oscura, que no sabemos siquiera si creemos o si dudamos. Es que todo el que cree duda y la duda puede llegar hasta el final de la vida, pero la fuerza de Dios será la que marca la senda de los creyentes. La esperanza nos permite ir acogiendo lo que ocurre en nuestra historia, pero se nos va escapando de las manos cada momento y sentimos que Dios va aconteciendo en la esperanza y en lo que va llegando. Resulta definitiva la experiencia del amor. En definitiva la caridad permanece y es la que nos hace saber si el camino que recorremos es bueno. No queda duda de que es el amor el que nos califica para el examen definitivo de la vida eterna y por lo tanto, de la realidad de lo concreto que vivimos todos los días. Es que “a la tarde (de la vida) te examinarán en el amor” (Juan de la Cruz). Al final del camino solamente me dirán: ¿has amado? Y yo no diré nada. Pienso que temblaré porque no me puedo equivocar en este examen. Solamente abriré mis manos vacías y el corazón lleno de nombres y se los presentaré a mi Dios y Amigo.

CONCLUSIÓN

Ahora, tenemos la palabra nosotros, para descubrir nuestra propia oración y confrontarnos con la realidad de la acción de Dios sobre nuestras vidas de modo que podamos decir si es o no un espacio para la autenticidad. Cada uno puede ir enunciando su experiencia y podrá ir dejando en oración su vida.

Una tentación muy ordinaria de los orantes es engañarse a sí mismos, al pensar que porque sabe algunas cosas de oración o conoce el modo concreto de orar de algunos santos o maestros, también han recorrido este camino. Cuando a la hora de la verdad va donde va y su experiencia orante es la que vive o la que logra expresar en la vida misma. Lo estupendo es que este es un camino para todos y que nuestra gran sabiduría consistirá en arriesgarlo todo y procurar hacer el camino propio con una grandísima humildad. No dejemos este gran bien de la oración por ninguna cosa del mundo.

Aunque se expresa lo que se ora y se ora en alta voz, es imposible reducir la oración a un éxito o a unas líneas llenas de entusiasmo pero sin el mismo nervio de la vida que es la oración en sí misma. Por eso lo último que quisiera decir es invitar a quien a quien leyere estas líneas que ponga a hacer la oración que pueda. Que nunca se sabe cuál es la buena y cuál es la mala. La oración buena es esa que se hace. Todo lo demás es gracia de Dios.

No queda duda que el punto de llegada de la oración es el de la “vida nueva” y por lo tanto es una conversión que se va madurando poco a poco en ese mirar sereno a Jesús y en ese vivir la amistad con el AMIGO. Esto ya es gracia y es un don de Dios que en la cercanía de la oración, que muchas veces es experiencia de lejanía, va tomando poco a poco el entendimiento y la voluntad del orante. Es allí donde todos nosotros estamos invitados a llegar. Sentémonos a la mesa sencilla de los amigos de Jesús, que no otra cosa es la cita de la oración, sino la continuidad de la Mesa de la Eucaristía y de los invitados de Jesús. Allí nos espera a todos y allí encontraremos eso que nada ni nadie nos puede dar en la vida. Allí nos encontramos con Él y con nosotros.

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Siglas utilizadas:

Obras de santa Teresa de Jesús

V: Vida
M: Moradas (Siete Moradas)
F: Fundaciones

[1] Santa Teresa de Jesús, 1 Moradas 2, 9.
[2] Propio conocimiento: V 13, 1; 13, 1; 13, 15; 38, 16; M1 1, 2; 1, 8; 2, 8; 2, 9; M2 1, 11; M3 1, 9; 2, 2; 2, 3; M4 1, 9; M5 3, 1; M6 4, 11; 5, 6; 9, 15; 10, 7; F 5, 3; 5, 16; 22, 6; Carta 129, 6.
[3] Cfr. Ernesto Ochoa M: “Espiritualidad teresiana y Liberación”, en Vida Espiritual (50) 1970. Bogotá.
[4] Cfr. Alberto Ramírez Z., “La evangelización como realización de toda la existencia espiritual” en Vida Espiritual, 1980, Bogotá.
[5] Cfr. Nuevo catecismo de la Iglesia, 2560
[6] Cfr. Idem 2725
[7] Cfr. Idem 2745