domingo, 8 de diciembre de 2013

Inmaculados por el Amor


“El nos eligió en Cristo, antes de la creación del mundo para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia por el Amor” ( Ef 1,4) (Texto tomado de Debarim)

“En el momento final de la historia del Antiguo Testamento, allí donde se vuelve inminente la plenitud de la gracia y su victoria definitiva sobre el pecado, aparece María, la primera persona liberada de la historia. La humanidad nueva y renovada prometida por Dios a Israel tiene su culminación y su inicio ejemplar en María de Nazaret. Ella despuntó en el horizonte de la historia como alba radiante que preludia al sol de justicia, Cristo. La luz del Verbo creador y futuro redentor invadieron a esta humilde hija de Israel, no permitiendo que en ella existiera traza alguna de oscuridad.

 Las promesas de un corazón nuevo y de una vida enteramente orientada por la voluntad de Dios se realizaron por primera vez en la historia en María, en quien comenzaron a despuntar la luz y santidad de Cristo redentor. Cuando vino al mundo María, Dios quiso mostrarnos anticipadamente en ella ese «cielo nuevo y tierra nueva» de la que hablaban los profetas. Ella es, como dice una de las estrofas del canto: «Nube hermosa, llena y cargada, de aguas que salen del mar de gracias». En María Inmaculada se revela la voluntad amorosa de un Dios que creó a la humanidad, liberó de la esclavitud a un pueblo recreándolo para la comunión con él y que desde siempre ha deseado recrear a cada ser humano a imagen del Verbo eterno. La Virgen Inmaculada es ese bello y luminoso pórtico de Cristo, la «nueva creación» por excelencia, «el hombre nuevo creado a imagen de Dios» (Ef 4,24), cuya venida y obra redentora iluminan ya la historia de pecado de la humanidad en la concepción inmaculada de su Madre.

 María es «llena de gracia» desde el primer instante de su ser, «ha hallado gracia delante de Dios». Esto naturalmente tiene que ver con su concepción en el vientre de su madre, con el primer momento de su existencia. En ese instante Dios no se ha limitado a realizar en ella un gesto negativo, liberándola de la mancha original y de pecado. Dios la ha llenado de gracia y de esa forma hace que sea Inmaculada. Ella tendría que haber sido un eslabón más de esa cadena de pecados que se expresan y despliegan en la historia humana. Pues bien, Dios se quiso revelar en María como nuevo padre y creador que ha velado amorosamente por ella, desplegando en ella un comienzo de existencia en un absoluto ámbito de gracia. Dios quiso en el mismo momento de su existencia liberar a María del pecado, concebido como esa «mancha» que oscurece la relación amorosa entre Dios y el hombre. En vez de redimirla en un momento posterior, cuando ella hubiera ya asumido en la fe a Jesucristo su Hijo, Dios la liberado y redimido en un momento precedente, en el primer instante de su ser. Por eso ella ha nacido Inmaculada.
Ese primer momento en que María fue concebida sin mancha se despliega necesariamente a lo largo de su existencia, como en toda persona humana. Cuenta también la vida que viene después. Además hay que considerar la experiencia de libertad y de fe vivida por María que ha debido oponerse con todas sus fuerzas a la fuerza del pecado, ausente en ella, pero siempre presente en la historia. El misterio de la Inmaculada Concepción de María, que comienza en el instante de la concepción, llega a expresarse y realizarse a lo largo de toda la vida de María.

 Ella es también Inmaculada porque se dejó plasmar continuamente por el Espíritu Santo, de forma que vivió y se expresó siempre como persona absolutamente nueva, libre, toda de Dios y dueña de sí. Ella es la Inmaculada porque «su fe obediente plasma cada instante de su existencia según la iniciativa de Dios»; desde la Anunciación hasta Pentecostés «se nos presenta como mujer enteramente disponible a la voluntad de Dios», por eso es «la Inmaculada Concepción, “la llena de gracia por Dios” (Lc 1,28), incondicionalmente dócil a la palabra divina».

Fray Wilson Dario Ossa Betancur ocd

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